7.6.07

La droga del amor


Seguimos reflexionando sobre amor, apego y deseo. Leamos este pasaje de Anthony de Mello, en Autoliberación interior:

El amor es la única necesidad que tiene el ser humano. Amar y ser él mis­mo. La sexualidad no es amor. El amor dice: "No soy yo quien te amo, sino que es el amor el que está aquí, es mi esen­cia, y no puedo menos que amar." Eso surge libremente cuando estás despier­to y se han caído tus programaciones.

Cuando comprendes que eres felici­dad no tienes que hacer nada. Sólo de­jar caer las ilusiones. El apego se fo­menta porque tú te haces la ilusión (porque así te lo han predicado y lo has leído en mucha literatura barata) de que tienes que conseguir la felicidad bus­cándola fuera; y esto hace que desees agarrarte a las personas que crees te producen felicidad, por miedo a perder­las. Pero como esto no es así, en cuan­to te fallan, o crees que te fallan, vie­nen la infelicidad, la desilusión y la an­gustia.

La aprobación, el éxito, la alaban­za, la valoración, son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la sociedad, y al no tenerlas siempre, el sufrimiento es terrible. Lo importan­te es desengancharse, despertando, para ver que todo ha sido una ilusión. La única solución es dejar la droga, pero tendrás los síntomas de la absti­nencia. ¿Cómo vivir sin algo que era para ti tan especial? ¿Cómo pasarte sin el aplauso y la aceptación? Es un proceso de sustracción, de despren­derte de esas mentiras. Arrancar esto es como arrancarte de las garras de la sociedad.
Habías llegado a un estado grave de incapacidad de amar, porque era imposible que vieras a las personas tal como son.

Si quieres volver a amar, tendrás que aprender a ver a las personas y las cosas tal como son. Empezando por ti. Para amar a las personas has de abandonar la necesidad de ellas y de su aprobación. Te basta con tu aceptación. Ver clara­mente la verdad sin engaños. Alimen­tarte con cosas espirituales: compa­ñía alegre, camaradería sin apegos, y practicando tu sensibilidad con mú­sica, buena lectura, naturaleza...

Poco a poco, ese corazón que era un desierto siempre lleno de sed in­saciable, se convertirá en un campo inmenso produciendo flores de amor por todas partes, mientras suena para ti una maravillosa melodía: has en­contrado la vida.
Piensa en uno de los pasajes del Evangelio en que Jesús, después de despedir a la gente, se queda solo. ¡Qué hermoso es ese amor! Sólo el que sabe independizarse de las per­sonas sabrá amarlas como son. Es una independencia emocional, fuera de todo apego y de toda recriminación, lo que hace que el amor sea fuerte y clarividente. La soledad es necesaria para comprenderte fuera de toda pro­gramación. Sólo la luz de la concien­cia es capaz de expulsar todas esas ilusiones y pesadillas en las que es­tamos viviendo y, con ellas, expulsar también los rencores, todas las nece­sidades y los apegos.
¿Cómo empezar? Llamando las co­sas por su nombre. Llamar deseos a los deseos y exigencias a las exigencias, y no disfrazarlas con otros nom­bres. El día en que entres de pleno en tu realidad, el día en que ya no te re­sistas a ver las cosas como son, se te irán deshaciendo tus ceguedades. Puede que aún sigas teniendo deseos y apegos, pero ya no te engañarás.
Aliméntate bien con placeres na­turales: disfrutando de la naturaleza, ejercitando los placeres del tacto, del oído, de la vista, del gusto, del olfa­to. Hay un mundo por descubrir des­de nuestros sentidos atrofiados. Te darás cuenta de que no hace falta otra cosa para ser mucho más feliz de lo que consigues ser ahora. Sentirte li­bre, autónomo, seguro de ti a pesar de reconocerte con todas las limita­ciones, o quizá por ello, porque has aceptado el ser sin límites que eres, pero con todas las formas mediocres en las que te desenvuelves. Sólo co­nectarte con la realidad te hará fuer­te y no necesitarás apoyos ni apegos.

Poder decir a tus amigos: "No pon­gas tu felicidad en mí porque yo pue­do morirme o decepcionarte. Pon tu fe­licidad en la vida y te darás cuenta de que, cuando quedas libre, es cuando eres capaz de amar." El amar es una necesidad, pero no lo es el ser querido, ni el deseo. El vacío que llevamos den­tro hace que tengamos miedo de per­der a las personas que amamos. Pero ese vacío se llena sólo con la realidad. Y cuando estás en la realidad ya no echas de menos nada, ni a nadie. Te verás libre y lleno de felicidad, como las aves.

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