Por Ramón Maceiras López
En la Grecia antigua, el dominio de la artes y técnicas de la comunicación pasó a ser fundamental para cualquier aspirante a político –ocupación prestigiada y ambicionada por la mayoría, en aquel tiempo- y para cualquier ciudadano libre dedicado a los negocios o a la agricultura, quienes con mucha frecuencia se veían envueltos en acusaciones, juicios, delitos, infracciones o pago de tributos, que tenían que ser resueltos en tribunales públicos con jurados populares.
En la Grecia antigua, el dominio de la artes y técnicas de la comunicación pasó a ser fundamental para cualquier aspirante a político –ocupación prestigiada y ambicionada por la mayoría, en aquel tiempo- y para cualquier ciudadano libre dedicado a los negocios o a la agricultura, quienes con mucha frecuencia se veían envueltos en acusaciones, juicios, delitos, infracciones o pago de tributos, que tenían que ser resueltos en tribunales públicos con jurados populares.
La necesidad de los ciudadanos libres
de formarse en las habilidades comunicativas indujo el florecimiento
de un grupo de profesionales especialistas en el arte del bien hablar
y escribir. Estos profesionales enseñaban directamente retórica a
sus clientes y también los representaban en los tribunales o les
preparaban los discursos que aquellos pronunciaban. De la práctica
continuada fue surgiendo una teoría de la oratoria basada en los
resultados de las distintas estrategias que se utilizaban en las
asambleas o en los tribunales.
En el siglo V a.C. surgen los primeros
tratados de retórica en Sicilia, atribuídos a Kórax y Tísias,
dedicados específicamente a la oratoria forense y destancando los
trucos a los que los abogados podían recurrir para triunfar en los
tribunales. El fundador de la técnica retórica fue
otro siciliano, Górgias Leontinos, quien fuera embajador de su
ciudad natal en Atenas en el año 427 A.C. Górgias destacaba por su
brillantez discursiva y muchos atenienses se hicieron sus discípulos,
convirtiendo a este siciliano en el primer profesor de retórica que
se conoce. Górgias fue el iniciador de la oratoria de exhibición o
de aparato. Consideraba que la oratoria debía excitar al auditorio
hasta dejarlo totalmente persuadido. No le interesaba ninguna
presunta verdad objetiva, sino el convencimiento del auditorio. Su
técnica consistía en el uso de un lenguaje brillante y poético,
lleno de efectos, figuras y ritmos.
Aristóteles consideraba insuficientes
y poco satisfactorias las técnicas de Górgias, ya que no iban más
allá de un repertorio de trucos legales y artimañas descabelladas
para lograr la compasión de los jurados. Ya Aristóteles pensaba en
armar una teoría global que presentara concienzudamente las reglas y
las técnicas de la retórica y las bases de la argumentación
eficaz.
Después de Górgias fue Isócrates el
más famoso maestro de retórica en Atenas. Había creado una escuela
con mucha más fama que la Academia de Platón. Isócrates y Platón
se disputaban en el mercado ateniense la formación de los políticos
de la ciudad. Isócrates escribe una obra titulada Contra los
sofistas en la que promueve la idea de una preparación integral
del orador en la que incluía la formación del carácter, el estudio
de la política y de la técnica retórica en toda su amplitud.
Estaba dirigida su obra a la formación de ciudadanos virtuosos y
capacitados para el éxito político y social.
Platón, por su parte, consideraba el
modelo de Isócrates como frívolo y superficial por estar dirigido
hacia el éxito social, desarrollado al margen de las inquietudes
filosóficas y la naturaleza de la realidad. Para Platón la retórica
privilegiaba la persuasión y no la verdad, lo cual era un peligro
social que había que combatir con decisión. En su diálogo Górgias,
Platón enfrenta a la filosofía con la retórica y rompe
lanzas por una tecnocracia moral en las que los filósofos conduzcan
a los ciudadanos hacia la excelencia personal, a ser cada vez
mejores. Condena la democracia de los políticos demagogos que
engañan al pueblo. Califica a la retórica como un artificio de la
persuasión. No la persuasión de lo bueno o verdadero, sino la
persuasión de cualquier cosa. Recuerda que gracias a la persuasión
el injusto se libra del castigo. Sin embargo, con el tiempo Platón
llegó a elogiar a Isócrates y en su obra Fedro admite la
posibilidad de una retórica distinta, verdadera y buena, que se
confundiría casi con la filosofía platónica.
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