Por Ramón Maceiras López
Mirar a los otros es básico para calibrar y para establecer y mantener una corriente de contacto psicológico y humano con el auditorio o interlocutor. La mirada es tal vez la forma más sutil de lenguaje no verbal y su estudio ha atraído desde siempre a numerosos autores y a diversas disciplinas del conocimiento: comunicación, psicología, sociología y antropología.
Mirar a los otros es básico para calibrar y para establecer y mantener una corriente de contacto psicológico y humano con el auditorio o interlocutor. La mirada es tal vez la forma más sutil de lenguaje no verbal y su estudio ha atraído desde siempre a numerosos autores y a diversas disciplinas del conocimiento: comunicación, psicología, sociología y antropología.
¿Quién
no ha padecido una de esas miradas que matan? En el lenguaje
coloquial nos son familiares expresiones tales como “me miró con
malos ojos” o “con buenos ojos”; “clavamos la vista en algo o
alguien”. El aprendizaje social indica que la mirada baja se asocia
a la modestia o la sumisión, que hay “miradas limpias” o
“turbias” y que la mirada fija está asociada a la frialdad o la
agresión.
Las
miradas varían según el marco de referencia, la personalidad de los
que miran o el tema de conversación. La sociedad pauta las miradas:
es de mal gusto mirar fijamente a extraños en lugares públicos.
De tal
forma que la mirada cumple funciones de primera magnitud en la
comunicación y envía mensajes importantes para calibración del
estado del interlocutor individual o colectivo. La mirada tiene
también sus funciones, algunas de ellas compartidas con el lenguaje
corporal en general.
Así, la
mirada sirve para regular el
flujo de comunicación,
retroalimentar la
comunicación, expresar
emociones e indicar
la naturaleza de la relación interpersonal.
La
mirada regula el flujo de
comunicación cuando se
utiliza para indicar la disposición de abrir la comunicación o
cerrarla. Un cambio en la dirección de la mirada cuando alguien se
dirige a nosotros puede ser una manera de evitar que comience un acto
de comunicación.
La
mirada retroalimenta la
comunicación. Si nuestro
interlocutor nos mira mientras hablamos, lo podemos interpretar como
un signo de interés o atención. Pero también sabemos que cuando la
gente está procesando mensajes complicados aparta la mirada y mueve
los ojos en distintas direcciones, buscando datos, asociando
recuerdos, imágenes, sensaciones, sonidos, etc. Estos movimientos de
los ojos nos dan mucha información sobre los sistemas de
representación de las personas. Son los llamados accesos oculares,
estudiados por la Programación Neurolingüística (PNL).
La
mirada también expresa
emociones. Paul Ekman,
profesor de psicología de la Universidad de California ha detectado
la participación de la mirada en la configuración de seis
emociones: la sorpresa, el miedo, el disgusto, la colera, la
felicidad y la tristeza.
La
mirada indica la naturaleza de la relación interpersonal. Se ha
observado en distintas culturas que, por lo general, hay menos
contacto visual, tanto por parte de hombres como de mujeres, hacia
interlocutores de estatus más bajo. Así mismo, tendemos a mirar más
a las personas que nos gustan, aunque, en algunos casos miramos mucho
a aquellos que no nos gustan.
La
investigación experimental también ha detectado una tendencia a que
las miradas prolongadas y recíprocas pueden ser un indicador de
relación duradera o íntima entre las personas. Algunos
investigadores, como Argyl y Dean, han propuesto un modelo interesante
y práctico para medir la intimidad de las personas en función de la
frecuencia de la mirada, la intimidad del momento y la cantidad de
sonrisa.
También
se ha detectado que en una relación entre personas caracterizada por
el rechazo o la incompatibilidad se aprecia una disminución de la
mirada. La hostilidad tiende a expresarse a través de la ignorancia
visual, y mucho más cuando el destinatario de nuestra hostilidad es
consciente de que lo ignoramos premeditadamente.
Una
mirada fija puede emplearse para producir angustia. Se ha detectado
en estudios experimentales que una mirada que dura más de diez
segundos produce irritación y malestar. Los monos en los zoológicos
han reaccionado con amenazas y gestos de agresión a miradas fijas y
prolongadas en multitud de experimentos. La neurociencia ha
comprobado experimentalmente que una persona que es mirada fija e
insistentemente tiende a elevar su ritmo cardíaco.
En
general, la gente tiende a mirar más a aquellas personas con quienes
ha establecido buenas relaciones, que le caen simpáticas, o que han
logrado captar su atención o interés. Buen dato éste para calibrar
en una situación de comunicación persuasiva ¿Verdad?
1 comentario:
http://miramoscomosentimos.blogspot.com.ar/
Publicar un comentario