Por Ramón Maceiras López
En la polis la palabra no es una formula cerrada, misteriosa, que reclama obediencia, sino la materia prima del debate, del intercambio ciudadano. La polis hace posible la máxima extensión de todos los aspectos de la vida espiritual y social. La cultura griega, en particular en Atenas, se desarrolla generando un círculo cada vez más amplio en el que muchos más quedan integrados. Sin duda una transformación profunda: el conocimiento y las formas del pensar son llevados a la plaza pública. Es Sócrates, en estas condiciones, quien introduce el diálogo, incorporando la presencia activa del oyente.
En la polis la palabra no es una formula cerrada, misteriosa, que reclama obediencia, sino la materia prima del debate, del intercambio ciudadano. La polis hace posible la máxima extensión de todos los aspectos de la vida espiritual y social. La cultura griega, en particular en Atenas, se desarrolla generando un círculo cada vez más amplio en el que muchos más quedan integrados. Sin duda una transformación profunda: el conocimiento y las formas del pensar son llevados a la plaza pública. Es Sócrates, en estas condiciones, quien introduce el diálogo, incorporando la presencia activa del oyente.
El diálogo es
un intercambio entre hombres libres a partir de preguntas y
respuestas. Para Sócrates es el método que permite desarrollar el
pensamiento y establecer el valor de la razón. A partir del diálogo
se despliega la reflexión filosófica desde una pregunta inicial
avanzando cada vez hacia nuevos niveles de complejidad y precisión.
De acuerdo con Aristóteles, debemos a Sócrates el pensamiento
inductivo y la definición universal. Tal confianza tiene el maestro
en los alcances de la razón, que llega a asimilar el bien con el
conocimiento y el mal con la ignorancia. En su mejor sentido, por
tanto, conocer el bien es de inmediato ponerlo en práctica.
Inversamente, hacer el mal sólo se explica y justifica por la
ignorancia. Es en el pensamiento socrático en donde más claramente
se observa la filosofía como una forma de vida guiada por la
reflexión racional.
Del palacio
micénico, cercado a las miradas, del núcleo aristocrático, donde
sólo acceden los privilegiados, se pasa al ágora, el espacio
público por definición. La polis pone a la mano el
pensamiento y el conocimiento, y hace posible la democracia. Esta no
es una relación casual, hay una conexión entre ambos procesos.
Anaximandro ya había interpretado el mundo como la concurrencia de
múltiples cualidades opuestas, en constante pugna, pero en donde
finalmente prevalece el equilibrio. Afirmó que ningún elemento
singular puede dominar a los demás por todo el tiempo. Es la
igualdad y la simetría de los distintos elementos que constituyen la
totalidad de lo existente, lo que caracteriza el orden de la
naturaleza. La ampliación de esta idea lleva al concepto de un
cosmos social regulado por la isonomía, cuyo ideal es el
funcionamiento social bajo el imperio de instituciones regidas por
normas.
A esta
interpretación se suma la concepción antilógica de
Protágoras, que funda una incipiente teoría de la persuasión
comenzando por reconocer que en todas las cosas hay dos razones
contrarias entre sí. Sobre cada tema pueden hacerse varias
proposiciones, aún contrapuestas, lo que en principio debilita
cualquier criterio de objetividad destinado a obligar. A partir de
este momento el sofista renuncia a la exclusividad en el plano
de las ideas, y abre un espacio ilimitado a la comunicación y a la
libertad de pensamiento y de acción. Con ello rompe la textura
uniforme de la mirada privilegiada y da carta de ciudadanía a la
diversidad. En conflicto con Sócrates que busca la esencia de las
cosas, la sentencia del hombre medida ahonda esta posición al
sostener con énfasis que el hombre es la medida de todas las
cosas, de las que existen como existentes, de las que no existen como
no existentes. El hombre del que se habla tiene un sentido
genérico, por ello es un error ver aquí únicamente una defensa de
la individualidad. La polis está contenida en la sentencia,
dado que también ella tiene el poder para establecer lo que es justo
y bello, cuando así lo considere, y durante todo el tiempo que
dure ese parecer.
El hombre puede
construir su mundo sobre la base de sus propias posibilidades. No son
los dioses, ni alguna autoridad externa superior, las fuerzas
responsables de su destino. Las bases de la democracia están
instaladas, y es en la Atenas clásica en donde esta forma de
gobierno vivirá sus mayores contrastes, desde el intercambio
simétrico entre ricos y pobres, la expresión libre de las
opiniones, la participación activa en los asuntos públicos, como
cuestiones religiosas, de seguridad pública o suministro de
alimentos, hasta la aparición de la corrupción, la simulación y la
intriga. La democracia, tal como la encontramos especialmente en
tiempos de Pericles, es sin duda la expresión imperfecta de un
intento de acuerdo para llevar los asuntos de la comunidad. Lo que se
manifiesta es una obra humana, que se comprende mejor desde la razón
y no desde la inspiración divina o una concepción estática de la
verdad heredada. En adelante el orden social y la acción política
aparecen como soluciones humanas y por tanto constantemente expuestas
a nuevas transformaciones. Es en Atenas, en estas condiciones, en
donde Peithó, la persuasión, elevada a la categoría de
divinidad, tendrá su despliegue más llamativo, en contraste con
Esparta, en donde el poder de Phobos, el temor, será el eje
de la estabilidad social.
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