16.5.07

Ponte en pie


Conócete a ti mismo
Nada en exceso
Cuida de ti mismo (III)

«Ponte en pie y sé responsa­ble de ti mismo... Cuídate de tu espíritu y acepta la responsa­bilidad sobre ti.» «Sé consciente de ti y conócete a ti mismo... si no te conoces, no puedes conocer ninguna otra cosa», escribía en el siglo XVII el maestro Zen Suzuki Shosan.

“El ser es maestro del ser ¿quién más podría ser el maestro? Con un ser bien dominado, se obtiene un maestro que es difícil de encontrar”, reza el Dhammapada, texto básico atribuido al propio Buda.

Es el Dhammapada, «afirmaciones de principios», una popu­lar recopilación de dichos en el viaje hacia la paz interior ex­traída de los discursos atribuidos a Gautama Buda, que vivió hacia 500 a.C. La leyenda dice que Gautama consiguió su pro­pia paz perfecta, y también que pasó cuarenta y nueve años viajando de un lado a otro enseñando a los demás cómo obte­ner la serenidad yl a libertad interior a través del conocimiento de sí mismos.

El Dhammapada es uno de los clásicos más antiguos y queridos de los inicios del budismo. Del antiguo canon pali, uno de los grandes cuerpos de la literatura budista primigenia, se extrae una antología de las afirmaciones de las enseñanzas de Buda (que es lo que significa el título). El texto original se compone de cuatrocientos veintitrés aforismos agrupados en veintiséis capítulos. El Dhammapada, conocido por su simpli­cidad y su legibilidad, es seguramente la mejor cartilla del bu­dismo básico que pueda encontrarse.

Entonces hace también alrededor de 2500 años, un hombre llamado Gautama Siddartha, a quien nosotros conocemos como Buda, descubrió a través de un estado profundo de concentración que su cuerpo estaba conformado por pequeñísimas partículas que existían sólo durante una trillonésima de segundo antes de desaparecer, y que el flujo constante de este devenir de partículas producía la impresión de solidez para conformar el mundo ilusorio que los orientales denominan maya.

Gautama llamó a estas pequeñas partículas kalapas, desarrolló un modelo del funcionamiento de la mente y enseñó un camino hacia el Nirvana, la liberación final conocida también como estado búdico, estado crístico de conciencia o simplemente iluminación.

Durante el siglo pasado, mediante cálculos e instrumentos tecnológicos de alta precisión, los científicos occidentales han redescubierto lo mismo, que la materia está compuesta de partículas indivisibles que surgen y desaparecen a una velocidad de 10 elevado a la 22 veces por segundo. También han observado que estas partículas entran y salen de los distintos planos dimensionales en un flujo constante de vibraciones conformando así todas las cosas de este mundo ilusorio que los occidentales hemos venido llamando realidad.

Nuestros científicos han denominado a estas pequeñas partículas cuantums, han sentado las bases de la física cuántica y ahora ensayan sus primeros modelos de conciencia basados en ella.

Tal como recomienda la primera inscripción del templo de Delfos, “Conócete a ti mismo”, todo lo que hizo Gautama Siddartha el Buda fue observar con atención y ecuanimidad total la conciencia humana a través de su propia conciencia. Es decir, se observó a sí mismo hasta llegar a conocerse.

A partir de dicha observación desarrolló, entre otras cosas, un modelo de la mente vista como un proceso que se basa en la sucesión ininterrumpida de cuatro funciones principales:

1) consciencia (viññana): la parte receptora de la mente que se limita a registrar la ocurrencia de las cosas.
2) percepción (sañña): la parte evaluadora que juzga el hecho ocurrido, clasificándolo y juzgándolo como positivo o negativo.
3) sensación (vedana): la parte que genera una sensación corporal agradable o desagradable de acuerdo al resultado de la evaluación del hecho.
4) reacción (sankhara): la parte que reacciona con aversión o apego en función de la sensación.

De acuerdo a la observación de Gautama, estas cuatro funciones mentales son todavía más breves que las efímeras kalapas que componen la realidad material, de tal suerte que nunca tenemos conciencia de lo que ocurre cada vez que los sentidos corporales entran en contacto con alguna cosa.

Por ejemplo, si al oído llega el sonido producido por las palabras “¡Eres un inútil!”, inmediatamente la conciencia registra el hecho, la percepción clasifica las palabras como algo negativo y experimentamos una sensación corporal desagradable que nos hace reaccionar produciendo un sankhara de aversión contra lo que estamos escuchando, pues deseamos que se detenga eso que nos desagrada. Por el contrario, si escuchamos un halago que la percepción evalúe como algo positivo, experimentamos una sensación corporal agradable y generamos un sankhara de agrado deseando más de eso que nos ha producido placer.

La memoria de todos los sankaras que ha producido una mente se encuentra acumulada en el cuerpo y en el cerebro a través de las redes neurológicas y esta acumulación va generando reacciones cada vez más marcadas y automáticas, ya que sañña, la percepción, aprovecha el acervo de experiencias pasadas para evaluar y clasificar cualquier fenómeno nuevo.

Las reacciones pasadas se convierten en puntos de referencia con los que tratamos de comprender una experiencia nueva que juzgamos y clasificamos de acuerdo a nuestros sankharas pasados. Así es como las reacciones antiguas de codicia y aversión condicionan nuestra percepción del presente y nos vemos envueltos en un círculo vicioso, en lo que se conoce como la rueda del Samsara. De tal suerte que el karma, la verdadera causa del sufrimiento, es producto de la reacción condicionada de la mente.

Gautama el Buda dijo: “Cualquier sufrimiento que surja, tiene una reacción por causa. Si todas las reacciones cesan, entonces no hay más sufrimiento”. Entre las herramientas que enseñó a sus contemporáneos para detener la reacción y alcanzar la liberación, se encuentra una sencilla y poderosa técnica para desarrollar la capacidad de contemplar las cosas tal como son. Esta técnica se llama Vipassana que significa “visión cabal” y consiste en trabajar erosionando poco a poco las respuestas condicionadas hasta liberar totalmente a la mente. Un camino racional y paciente.

Para practicar Vipassana sólo hay que observar con atención y ecuanimidad las sensaciones en todo el cuerpo. Estas sensaciones se experimentan debido a la infinita variedad de combinaciones de las cualidades básicas de la materia -masa, cohesión, temperatura y movimiento- que presentan las partículas subatómicas llamadas kalapas.

Cuando se adquiere la capacidad de observar cualquier sensación sin reaccionar ante ella, la mente empieza automáticamente a penetrar más allá de la realidad aparente del dolor hasta alcanzar su naturaleza sutil que no consiste más que en vibraciones que surgen y desaparecen a cada instante. Así es como se adquiere la conciencia de que todo tiene un tiempo de duración determinado pasado el cual se termina y surge algo nuevo. A esta única constante que es el cambio, se le llama anicha, impermanencia. Cuando finalmente se experimenta la realidad sutil, la conciencia del anicha permite vivenciar la inutilidad del apego y se alcanza la liberación del sufrimiento.

Entre las consecuencias secundarias de practicar esta técnica de meditación se encuentran la relajación mental y la eliminación de viejos sankharas acumulados.

Al observar objetiva y desapasionadamente cualquier sensación corporal, mientras no haya ninguna reacción, no se crea ningún sankhara nuevo y cualquier sankhara viejo que se experimente en forma de sensación, desaparece. Al momento siguiente otro sankhara del pasado surge en forma de sensación y si no hay reacción, éste también desaparece. De esta forma, mientras se observa con atención todo lo que ocurre manteniendo la ecuanimidad, se permite que las reacciones acumuladas alcancen una tras otra la superficie de la mente manifestándose como sensaciones que van siendo gradualmente erradicadas.

Como consecuencia secundaria de aprender a observar las sensaciones sin reaccionar ante ellas, la mente se reprograma a sí misma permitiéndose actuar con plena conciencia en lugar de reaccionar automáticamente frente a los acontecimientos.

Es por ello que todo el esfuerzo se basa en aprender a no reaccionar, a no producir un nuevo sankhara cuando aparece la sensación y comienza el desagrado o el agrado. Si hay conciencia en ese momento efímero y se detiene la reacción, uno se limita a observar la sensación, ésta no se intensifica hasta transformarse en deseo o aversión y no se convierte en una emoción intensa que termina por dominar a la mente conciente, sino que simplemente desaparece.

Aunque al principio esta conciencia se logra sólo por unos breves instantes, esos momentos son muy poderosos porque ponen en marcha un proceso inverso, el de la purificación. Y así poco a poco, con la práctica, los segundos se convierten en minutos y los minutos en horas hasta que finalmente queda erradicado el viejo hábito de reaccionar y la mente permanece siempre en paz. Ésta es una forma efectiva en que puede detenerse el sufrimiento, según lo comprobó Gautama el Buda.

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