17.9.06

Pequeña crónica sentimental sobre la Fallaci



Cuando la danza de la realidad -que diría Jodorowsky- me llevó a la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, dos figuras adoraba en el altar de la profesión: Ernest Hemingway y Oriana Fallaci.

Oriana acaba de caer en el combate de la vida, víctima de un cáncer. Yo era por aquel entonces un chaval idealista a la vieja usanza, con un sentido marcadamente épico y romántico de la vida. De alguna forma lo sigo siendo aún, aunque con el toque pragmático que da la experiencia.

Mientras mis compañeros de generación trataban de colocarse rápidamente en un curro que les suministrara bastimento, el que esto escribe soñaba con imitar al viejo Ernest...Escribir crónicas sobre la I Guerra Mundial como conductor de ambulancias, ser herido en el frente y enviar la crónica respectiva al Star de Kansas City. Ser corresponsal en París del Toronto Star y cubrir la Guerra Civil española. Escribir con ese material Por quien doblan las campanas y La Quinta Columna. Ganar el Pulitzer y luego el Nobel de Literatura. Luego irme a Cuba a pescar agujas y que me dedicaran la Marina Hemingway en La Habana.

La trayectoria profesional y vital de Oriana es aún más admirable. Fue de las primeras mujeres que ejerció como corresponsal de guerra. Estudió medicina y se pagaba la carrera escribiendo crónicas para un periódico florentino, hasta que la descubrio el maestro Indro Montanelli y se la llevó para Il Corriere della Sera


Montanelli, maestro de maestros, la envió a la guerra indo-paquistaní, a Vietnam, a la Guerra de los Seis Días. En 1968 le pegaron tres tiros en la mejicana Masacre de Tlateloloco. Entrevistó a los 30 líderes mundiales más influyentes de su época. Fustigó con su verbo inquisidor a Kissinger, Arafat, Komeini, al Sha de Persia, Willy Brandt, Ali Butho, Indira Gandhi, Golda Meir, etc. Denunció a los asesinos de Passolini y fue a la cárcel por no revelar sus fuentes. Cubrió en 1991 la I Guerra del Golfo y atribuyó su cáncer en 1991 a los gases que respiró tras la nube negra que se produjo después de los incendios de los pozos en Kuwait.

Fue una maestra en el arte de la entrevista periodística. A ella se le puede atribuir aquella frase de Borges en la que decía que cuando quería leer un buen cuento, escribía uno. Oriana terminó entrevistándose a si misma en el 2004 y confiesa: "me desagrada morir porque la vida es bella, incluso cuando es fea."


Dejo para los mediocres de siempre las valoraciones sobre su vida, pensamiento y obra. Ya he leído a algun plumífero de despacho destilando su envidia y su veneno sobre los restos de la Fallaci.


Para nosotros, ha muerto una guerrera (de los últimos periodistas de verdad) y desde aquí expresamos nuestro respeto a la Hermana Loba.

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