28.11.18

De cómo la neurolingüística puede salvarnos de ser víctimas de la más burda demagogia

Nominalizaciones tales como “libertad”, “felicidad”, “amor”, “dignidad”, etc, dejan de ser procesos vivos, experimentados por personas concretas en situaciones concretas y se convierten en cosas que se intentan comprar en el supermercado de las ilusiones. Y como cosificaciones son enarboladas por demagogos de todo pelaje para amamantar y halagar a las masas hambrientas de éxtasis y sentido de la vida.




Por Ramón Maceiras López
Desde que la Programación Neurolingüística (PNL) postulara a mediados de la década de los setenta del siglo XX su modelo de influencia del lenguaje sobre nuestra programación mental y demás funciones de nuestro sistema nervioso, la oratoria contemporánea, la persuasión, la comunicación, el coaching y la terapia entraron en una nueva etapa de desarrollo.


Desde entonces, las neurociencias no han hecho más que corroborar el modo en que nuestra programación mental y nuestro sistema nervioso se reflejan en nuestro lenguaje y por ende en los patrones lingüísticos que empleamos. Los comunicadores eficaces del siglo XXI partimos del postulado de que el desempeño de nuestra red nerviosa (neuro) está estrechamente vinculado a nuestras habilidades lingüísticas. Así mismo nuestros programas o estrategias de comportamiento sientan sus bases en patrones neurológicos y verbales.

Usamos el lenguaje para representar nuestra experiencia y a esa actividad humana la llamamos razonar, pensar, fantasear, alucinar… Al usar determinadas palabras o patrones creamos un modelo único y subjetivo de nuestra experiencia. También nos servimos del lenguaje para comunicar nuestro modelo del mundo. Y a eso lo llamamos hablar, conferenciar, persuadir, deliberar, escribir o cantar…

El viejo Aristóteles ya conocía la relación entre las palabras y la experiencia mental. Y muy intuitivamente se acercaba al concepto que denomina “estructuras superficiales” a las palabras habladas y escritas, transformaciones a su vez de otras “estructuras profundas” que subyacen en el fondo de la psique. De tal modo que las palabras tienen  el poder de reflejar y al mismo tiempo moldear las representaciones mentales de la experiencia humana. Si logramos descifrar esas estructuras profundas de las que surge la expresión lingüística, podríamos influir decisivamente en los pautas de comportamiento de las personas, tanto en el plano consciente como en el inconsciente, ya que los patrones lingüísticos revelan (para quien sepa interpretarlos) los programas mentales de las personas. Tal operación es realizada diariamente por hipnotistas clínicos y terapeutas en todo el mundo con fines sanadores y por oradores especializados en gestionar el cambio con alta capacidad persuasiva. Y también por temibles demagogos y estafadores de toda laya.


Esta perspectiva o encuadre hace del lenguaje una parte esencial de la experiencia mental y no sólo un espejo pasivo que refleja tal experiencia. Como ha establecido la PNL, el sistema nervioso es responsable del sistema representacional del lenguaje. Ese sistema nervioso es el que produce todos los sistemas humanos de representación del mundo (VAKOG).
De tal manera que el lenguaje puede ser paralelo e incluso substituir las experiencias y actividades efectivas.

“Hablar de algo” puede hacer que se reproduzca una experiencia o incluso modificarla profundamente (experiencia secundaria). Concentrarse en el recuerdo de una experiencia sexual agradable usando el encuadre “como si estuvieras ahí”… puede hacer que se reproduzca la misma excitación y los mismos cambios físicos de la experiencia original primaria. Un orador hábil en ese tipo de mecanismos neurolingüísticos puede producir determinados estados emocionales en el público y activar determinados programas de comportamiento.

La experiencia sensorial primaria se refiere a los datos recibidos por nuestro sistema perceptivo (ojos, nariz, oído, boca, piel…). Es la materia prima sobre la cual construímos nuestros modelos del mundo, nuestros mapas mentales. Esa experiencia primaria se combina con experiencias secundarias de otro tipo como las alucinaciones y fantasías, generadas internamente por el individuo y no percibidas por los sentidos, y por la red de pensamientos, creencias, valores e identidad que se convierten en filtros de la experiencia sensorial. Así, la PNL diferencia entre entre experiencia primaria y secundaria. La primera es la información del entorno que recibimos a través de los sentidos. La experiencia secundaria trata de los mapas verbales y simbólicos con los que representamos, organizamos y filtramos nuestras experiencias primarias. La experiencia secundaria está sujeta a todos los procesos de generalización, omisión y distorsión y sus respectivos patrones lingüísticos.

Desde la perspectiva PNL toda experiencia es siempre subjetiva y se convierte en nuestra “realidad”. Encuadramos la experiencia primaria como la más rica, creativa y sensorial, por encima de la secundaria o virtual, filtrada a través de mapas verbales y simbólicos. Aunque el cerebro humano no sea capaz de diferenciar una de la otra en la práctica. Este hecho concreto es el que le otorga a la palabra todo su poder persuasivo y generador de comportamientos.


Mapas y territorios

El modelo que la PNL propone para operar con el lenguaje tanto en su papel de creador de modelos del mundo como comunicador de esas representaciones, se basa en el principio de que “el mapa no es el territorio”. Postulado por el fundador de la Semántica General, Alfred Korzybski (1879-1950), el principio pone el acento en la diferencia entre el mapa que nos hacemos del mundo y el propio mundo. Esta distinción es crucial para entender la gran confusión contemporánea, la cual queda plasmada en el fantástico relato de Jorge Luis Borges sobre el infausto empeño de un monarca por tener un mapa exactamente igual al territorio de su reino.

La paradoja sistémica consiste en que al estar “convencidos” de que muestro mapa del mundo es el “correcto”, convertimos al mapa en territorio e impedimos que se amplíen nuestros horizontes perceptivos y representacionales.

La capacidad de hacer mapas del mundo es una habilidad superior del sistema nervioso y perceptivo de los seres humanos. El lenguaje es también un mapa o modelo del mundo. En el proceso de modelado lingüístico realizamos las operaciones de generalización, omisión y distorsión y creamos nuestro mapa subjetivo para guiarnos por él en el camino de la vida y transmitir nuestra experiencia a otros seres humanos.

Pero esta superior capacidad simbólica se convierte en una inagotable fuente de problemas para la Humanidad al soslayarse el principio de Korzybski y al no ser adiestrados desde temprana edad en la diferencia entre el “mapa” y el “territorio”.

Korzybski también formuló su “ley de la individualidad”, según la cual “no hay dos personas, dos situaciones o dos etapas de un proceso que sean iguales en detalle”. Nuestras experiencias son únicas y nuestro dominio del lenguaje abrumadoramente insuficiente para representar esas experiencias. Tendemos entonces a generalizar y suponer que los otros responden de igual manera a tales estímulos. Nominalizaciones tales como “libertad”, “felicidad”, “amor”, “dignidad”, etc, dejan de ser procesos vivos, experimentados por personas concretas en situaciones concretas y se convierten en cosas que se intentan comprar en el supermercado de las ilusiones. Y como cosificaciones son enarboladas por demagogos de todo pelaje para amamantar y halagar a las masas hambrientas de éxtasis y sentido de la vida.

La PNL postula, pues, que todos tenemos nuestro modelo del mundo. Vamos construyendo ese mapa interno con nuestro lenguaje y con la huella que los estímulos que captamos del entorno dejan en nuestro sistema sensorial perceptivo mientras vivimos nuestras experiencias. Construímos ese mapa a través de generalizaciones de experiencias concretas, omitimos ciertos datos que no nos parecen importantes y distorsionamos la experiencia de distintas formas. Nuestro sistema nervioso hace que el mapa resultante sea único y personal. Ese mapa se convierte con el tiempo en un filtro neurolingüístico a través del cual interpretamos las experiencias y guiamos nuestra acción en el mundo. Ese mapa está lleno de nuestras capacidades, creencias, valores, identidad y visiones transpersonales.

Y a menos que expandamos incesantemente nuestro mapa del mundo y ampliemos continuamente nuestra percepción, llegaremos a creer firmemente que ese mapa subjetivo que hemos construido día a día es efectivamente igual al territorio por el que transitamos. A partir de ahí, nos sumaremos al inmenso ejército de poseedores de la verdad revelada y absoluta, contribuiremos con nuestra obcecación al gran caos de la sociedad contemporánea y seremos pasto de toda suerte de salvadores de la patria y gurús que “comparten” nuestro mismo mapa del mundo y “sí saben” lo que necesita la “gente”.

El encuadre PNL implica que no hay ningún mapa del mundo “verdadero” o “correcto”. Y es comprobable que las personas más eficaces y autorrealizadas son aquellas cuyos mapas los hacen más perceptivos al mayor número de posibles caminos a seguir ante una situación concreta, los que muestran más flexibilidad y no han perdido su instinto exploratorio, ya que estas personas prefieren las experiencias sensoriales a las secundarias verbales y simbólicas.


Bandler y Grinder, los fundadores de la PNL modelaron a muchos de esos personajes de su tiempo (Fritz Perls, Virginia Satir, Milton Erickson, Walt Disney, entre otros)  y todos coincidían en mapas del mundo muy personales, actitud abierta ante los retos, hambre de aprendizaje, alta motivación y voluntad innovadora.

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