En 1945, el doctor Carl Gustav Jung definió a la sombra como “lo que una persona no desea ser”. Y afirmó que “uno no se ilumina imaginando o fantaseando sobre figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad; un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por lo tanto, poco popular”.
Por Ramón Maceiras López
Coincidía el doctor Jung con el antiquísimo conocimiento de la cultura china, expresado en el I Ching: “Sólo cuando tengamos el coraje de enfrentar las cosas tal y como son sin ningún autoengaño ni desilusión surgirá una luz de los acontecimientos con la que reconocemos el camino al éxito”.
Coincidía el doctor Jung con el antiquísimo conocimiento de la cultura china, expresado en el I Ching: “Sólo cuando tengamos el coraje de enfrentar las cosas tal y como son sin ningún autoengaño ni desilusión surgirá una luz de los acontecimientos con la que reconocemos el camino al éxito”.
Y tú:
¿Qué estás escondiendo? ¿Cuándo te enfrentarás a la verdad? ¿Qué pasará cuando lo hagas?
La sombra es oscura y secreta y puede ser peligrosa. La sombra es todo lo
que no queremos y evitamos que los otros perciban de nosotros, las cosas que
escondemos, sobre las que mentimos, no sólo a los demás, sino a nosotros mismos.
Esos monstruos que salen de sus cuevas en mitad de la noche. Es el lado oscuro
intrínseco dentro de nosotros, que todos y cada uno intenta esconder porque se
nos ha dicho desde una edad temprana que esos son componentes no aceptables de
nuestra personalidad.
“Hola oscuridad, mi vieja amiga. Tengo que hablar contigo otra vez…”
No puedes decir que no tienes sombras cuando estás ahora en la oscuridad. La
sombra se muestra de muchas formas. Cuando firmamos cheques sin fondos, bebemos
demasiado, engañamos en la declaración de la renta, echamos mano de los ahorros
de la familia, nos comemos un pastel de chocolate en mitad de la noche después
de 3 días de dieta y privación, cuando le gritamos a nuestros hijos, abusamos
de nuestras parejas después de habernos pasado todo el día trabajando, cuando
navegamos por Internet para visitar páginas porno mientras la mujer hacer la
cena, engañamos al marido mientras él trabaja duro para darnos todos los
placeres extra en la vida, cuando robamos las ideas de nuestros compañeros de
trabajo y afirmamos que son nuestras, etc.
La sombra está hecha de los pensamientos, emociones e impulsos que
encontramos demasiado dolorosos, embarazosos y desagradables para aceptarlos,
por lo que en lugar de ocuparnos de ellos, los reprimimos.
Justo ahora cientos de millones de personas están viviendo en la negación
de sus sombras individuales y colectivas de muchas más formas de las que
podemos imaginar. La sombra colectiva se manifiesta como el mal, la guerra, el
terrorismo, la injusticia social, las desigualdades radicales en el estatus
económico. En este mismo momento el 50% de la población mundial vive con menos
de 2 dólares al día. El 20% de la población mundial vive con menos de un dólar
al día. No queremos reconocer el hecho de que esto es también una manifestación
de la sombra colectiva, porque las personas de las instituciones sociales,
financieras, políticas y corporativas no reconocen para nada la energía de la sombra
y ni siquiera la entienden. Lo que llamamos el mal del mundo es una
manifestación de nuestra sombra colectiva patológica, reprimida, enfurecida,
ignorada. Las personas que expresan una moralidad autorestrictiva son las que
normalmente tienen una sombra más oscura y profunda.
El nacimiento de la sombra
El nacimiento de nuestra sombra ocurrió cuando éramos muy jóvenes, antes de
que la mente lógica y pensante estuviese lo suficientemente desarrollada como
para filtrar los mensajes que recibimos de nuestros padres y cuidadores y mundo
en general. Incluso si teníamos los mejores padres, inevitablemente nos
avergonzamos por mostrar ciertas cualidades y recibimos el mensaje de que algo
de nosotros no era bueno. De que había algo “malo” en nosotros. Estos mensajes
se introducían en nuestro subconsciente como un virus de ordenador, alterando
la percepción de nosotros mismos y dañando nuestro saludable sentido del ego. Cuando
reprimimos cualquiera de estas cualidades vivimos en la negación de todo lo que
somos.
Por supuesto, hay una base diferente dependiendo del entorno. Si creciste en
una familia de obreros y anuncias que quieres tocar el piano o que quieres
convertirte en artista, esta cualidad artística va a ser recibida de forma
negativa y tendrás que reprimirla.Si creces en una familia de artistas e
intelectuales y anuncias que quieres empezar a trabajar en la construcción o
que quieres ser un atleta, esto será también percibido como algo negativo.
Tratamos con todo nuestro poder de fingir que no somos eso que odiamos. De
hecho, demostrar que no lo somos es una tarea importante para el ego herido. Una
tarea que el ego cree que es vital para su existencia. El ego debe esconder
todo lo que creemos que es inaceptable sobre nosotros mismos. Para tal tarea,
se construye una máscara a fin de demostrar a los demás que no tenemos tantos
defectos, ni somos tan inferiores, sin valor y “malos”. A ninguno de nosotros
le gusta admitir que tenemos esta serie de inseguridades. Por tanto, para
ocultarlas creamos un personaje a una edad muy temprana y empezamos a envolvernos
a nosotros mismos en el nuevo personaje que creemos que nos traerá amor,
atención y la aceptación que tanto ansiamos.
Creamos personajes para poder tener nuestro sitio, nuestro lugar bajo el
sol. Muchos de nosotros tenemos una vida pública y una vida secreta. Trabajamos
duro para sentirnos bien con nosotros mismos, pero al mismo tiempo nos saboteamos.
Llevamos máscaras que creemos
que nos llevarán a donde queremos ir. Y nuestras máscaras tienen muchas formas:
el abusador, el matón, el chico encantador, la buena chica, el intelectual, el
bromista, el que lo consigue todo, el seductor y la seductora, la dura de pelar,
los supercool.
¿Cuál es la máscara que
tú llevas? Nuestra máscara se convierte en nuestro presente. Necesitamos la
máscara para no mostrar al mundo que estamos sufriendo y ocultar las partes de
nosotros que fueron juzgadas como “malas” o erróneas por los demás y ahora por
nosotros mismos. Están literalmente gritando para salir, para ser libres y ser
aceptadas como partes valiosas de lo que somos. Cuando nos negamos a nosotros
mismos una salida para expresar nuestro lado oscuro, la tensión se acumula y se
convierte en una fuerza poderosa que es capaz de destruir nuestras vidas y las
vidas de los otros.
Esto es lo que se conoce
como el “efecto balón de playa”. Todo lo que rechazamos tenemos que mantenerlo
por debajo de nuestra conciencia, tenemos que sumergirlo, por decirlo así. ¿Sabes
cuánta energía te toma mantener los balones bajo el agua sujetos? Tu egoísmo
sujeto, tu auto enfado, tu auto demasiado bueno, tu no lo suficientemente bueno
sujetos. Es como tener 40 balones de playa que tienes que controlar. ¿Y qué
pasa cuando estás sujetando los balones de playa bajo el agua? Cuando eres
joven y tienes mucha energía, puedes controlar muchos balones de playa. Pero
cuando estás en la mitad de la vida, cuando las defensas están bajas, cuando
pones tu atención en algún Gran Premio que quieres ganar, de repente alguien
hace algo y los balones saltan y te dan en la cara. Lo vemos en los medios de
comunicación todo el tiempo. El político que dice algo censurable o políticamente
incorrecto. La presentadora de televisión que agrede a algún colectivo
minoritario. El ultraconservador que es pillado conduciendo borracho, con
prostitutas, etc.
Cuando no te ocupas de la sombra, esa parte sale. Se acercará sigilosamente
y te pillará desprevenido en el lugar de trabajo, te pillará desprevenido en
tus relaciones. Cuanto más intentamos reprimir de forma determinada estas
cualidades indeseables, más formas curiosas y a menudo maliciosas encontrarán para
expresarse. Y será como encerrar en el sótano a alguien que quiere salir y hace
cosas ahí abajo para llamar nuestra atención, hasta que las reconocemos y las
dejamos salir. Porque esos aspectos de nosotros mismos que no nos gustan salen
a través de un proceso de desintoxicación que tiene que ser liberado.