Por Ramón Maceiras López
Siempre que exista relación humana, hay comunicación. La comunicación como proceso aparece en una conversación intrascendente, en el discurso persuasivo o influyente, en la educación, en la negociación, en las relaciones laborales, en la dirección ejecutiva, en la política, en el ámbito familiar. El hecho de que la comunicación implique al menos a dos personas, apunta a la bidireccionalidad o multidireccionalidad del proceso.
Siempre que exista relación humana, hay comunicación. La comunicación como proceso aparece en una conversación intrascendente, en el discurso persuasivo o influyente, en la educación, en la negociación, en las relaciones laborales, en la dirección ejecutiva, en la política, en el ámbito familiar. El hecho de que la comunicación implique al menos a dos personas, apunta a la bidireccionalidad o multidireccionalidad del proceso.
Cuando usted se comunica con una
persona o un grupo de personas, recibe respuestas a su mensaje y,
aunque no sea consciente de ello, reacciona frente a esas respuestas
con pensamientos, sentimientos y reacciones corporales. Por supuesto, su mensaje también
afecta todo el ser de su interlocutor individual o grupo de
audiencia. El orador se comunica mediante palabras, cualidades
vocales y con su expresión corporal. Incluso estando quieto, sin
pronunciar palabra alguna, estamos enviando información que un
observador entrenado puede descifrar. Muchas terapias se basan en
interpretar cabalmente los mensajes no verbales del paciente mediante la calibración. Los
negociadores experimentados conocen las múltiples interpretaciones
que se le pueden dar a un sí o a un no: sí por convencimiento; sí
por respeto o temor a la autoridad; sí, pero deformando la propuesta
a la que se ha asentido a la hora de transmitirla a los demás; sí
irónico, que va a ser violentado a la primera oportunidad; el sí
por salir del paso; el no sin convicción que está esperando razones
contundentes para pasarse al sí; el no por el no, sea cual sea la
propuesta; el no provisional, que mañana puede ser sí, si conviene.
La primera pregunta que tiene que
hacerse cualquier orador consciente de la complejidad del
proceso comunicacional es cómo saber que el mensaje que emite es el
mismo mensaje que reciben los demás. ¿Cómo saber que el
significado que nosotros le damos a nuestras palabras será el mismo
que le den los demás una vez que las perciban?
La experiencia ha probado que las
mismas palabras tienen significados diferentes para personas
distintas. Un comunicador experimentado sabe que no es tan importante
lo que se dice, sino cómo se dice y quién lo
dice. La comunicación es mucho más que palabras. Mehrabian y Ferris
comprobaron en 1967 que en una presentación ante un auditorio el 55%
del impacto proviene del lenguaje corporal, el 38% por el tono de voz
y sólo el 7% por el contenido de la presentación. Esto es especialmente importante, si el mensaje es esencialmente emotivo.
El lenguaje corporal y el tono de voz
tienen un impacto determinante en el proceso de comunicación y
pueden incluso contradecir el contenido del mensaje. El cómo la
decimos puede variar sustancialmente el significado de una palabra:
el lenguaje corporal y el tono de voz pueden hacer que la palabra
hola signifique un simple reconocimiento, una amenaza, una
humillación o un agradable saludo. Ya mencionamos las múltiples
posibilidades de interpretación que dan palabras aparentemente tan
claras como sí y no.
Un Orador tiene que hacer consciente todo su repertorio no verbal y aprender a usarlo a los fines de su mensaje.
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