7.3.12

Democracia y Oratoria


Por Ramón Maceiras López
En la polis la palabra no es una formula cerrada, misteriosa, que reclama obediencia, sino la materia prima del debate, del intercambio ciudadano. La polis hace posible la máxima extensión de todos los aspectos de la vida espiritual y social. La cultura griega, en particular en Atenas, se desarrolla generando un círculo cada vez más amplio en el que muchos más quedan integrados. Sin duda una transformación profunda: el conocimiento y las formas del pensar son llevados a la plaza pública. Es Sócrates, en estas condiciones, quien introduce el diálogo, incorporando la presencia activa del oyente.
El diálogo es un intercambio entre hombres libres a partir de preguntas y respuestas. Para Sócrates es el método que permite desarrollar el pensamiento y establecer el valor de la razón. A partir del diálogo se despliega la reflexión filosófica desde una pregunta inicial avanzando cada vez hacia nuevos niveles de complejidad y precisión. De acuerdo con Aristóteles, debemos a Sócrates el pensamiento inductivo y la definición universal. Tal confianza tiene el maestro en los alcances de la razón, que llega a asimilar el bien con el conocimiento y el mal con la ignorancia. En su mejor sentido, por tanto, conocer el bien es de inmediato ponerlo en práctica. Inversamente, hacer el mal sólo se explica y justifica por la ignorancia. Es en el pensamiento socrático en donde más claramente se observa la filosofía como una forma de vida guiada por la reflexión racional.
Del palacio micénico, cercado a las miradas, del núcleo aristocrático, donde sólo acceden los privilegiados, se pasa al ágora, el espacio público por definición. La polis pone a la mano el pensamiento y el conocimiento, y hace posible la democracia. Esta no es una relación casual, hay una conexión entre ambos procesos. Anaximandro ya había interpretado el mundo como la concurrencia de múltiples cualidades opuestas, en constante pugna, pero en donde finalmente prevalece el equilibrio. Afirmó que ningún elemento singular puede dominar a los demás por todo el tiempo. Es la igualdad y la simetría de los distintos elementos que constituyen la totalidad de lo existente, lo que caracteriza el orden de la naturaleza. La ampliación de esta idea lleva al concepto de un cosmos social regulado por la isonomía, cuyo ideal es el funcionamiento social bajo el imperio de instituciones regidas por normas.
A esta interpretación se suma la concepción antilógica de Protágoras, que funda una incipiente teoría de la persuasión comenzando por reconocer que en todas las cosas hay dos razones contrarias entre sí. Sobre cada tema pueden hacerse varias proposiciones, aún contrapuestas, lo que en principio debilita cualquier criterio de objetividad destinado a obligar. A partir de este momento el sofista renuncia a la exclusividad en el plano de las ideas, y abre un espacio ilimitado a la comunicación y a la libertad de pensamiento y de acción. Con ello rompe la textura uniforme de la mirada privilegiada y da carta de ciudadanía a la diversidad. En conflicto con Sócrates que busca la esencia de las cosas, la sentencia del hombre medida ahonda esta posición al sostener con énfasis que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que existen como existentes, de las que no existen como no existentes. El hombre del que se habla tiene un sentido genérico, por ello es un error ver aquí únicamente una defensa de la individualidad. La polis está contenida en la sentencia, dado que también ella tiene el poder para establecer lo que es justo y bello, cuando así lo considere, y durante todo el tiempo que dure ese parecer.
El hombre puede construir su mundo sobre la base de sus propias posibilidades. No son los dioses, ni alguna autoridad externa superior, las fuerzas responsables de su destino. Las bases de la democracia están instaladas, y es en la Atenas clásica en donde esta forma de gobierno vivirá sus mayores contrastes, desde el intercambio simétrico entre ricos y pobres, la expresión libre de las opiniones, la participación activa en los asuntos públicos, como cuestiones religiosas, de seguridad pública o suministro de alimentos, hasta la aparición de la corrupción, la simulación y la intriga. La democracia, tal como la encontramos especialmente en tiempos de Pericles, es sin duda la expresión imperfecta de un intento de acuerdo para llevar los asuntos de la comunidad. Lo que se manifiesta es una obra humana, que se comprende mejor desde la razón y no desde la inspiración divina o una concepción estática de la verdad heredada. En adelante el orden social y la acción política aparecen como soluciones humanas y por tanto constantemente expuestas a nuevas transformaciones. Es en Atenas, en estas condiciones, en donde Peithó, la persuasión, elevada a la categoría de divinidad, tendrá su despliegue más llamativo, en contraste con Esparta, en donde el poder de Phobos, el temor, será el eje de la estabilidad social.  

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