27.3.12

Lo no verbal en la Oratoria


Por Ramón Maceiras López
La atribución de significados (interpretación) de la banda no verbal de la comunicación depende de la situación concreta en la que se dé la situación de comunicación persuasiva y nunca puede aislarse de la banda verbal. Ese proceso de interpretación es subjetivo y contextual y yerra quien pretenda clasificar el significado de las señales no verbales independientemente de la situación de comunicación en las que se producen y al margen de lo verbal.

La comunicación humana se fundamenta en tres pilares básicos: el lenguaje verbal, el paralenguaje y la cinésica. Esta última estudia los movimientos corporales con función comunicativa. El paralenguaje y la cinésica serían entonces los aspectos más cruciales de la banda no verbal de la comunicación.

Pero hoy sabemos que hay más factores en la banda no verbal. Para dar luz sobre la complejidad de la conducta no verbal se ha desarrollado a lo largo del tiempo una clasificación que pretende abarcar todos los factores involucrados. En la conducta no verbal están incluidos entonces los siguientes aspectos:

Características físicas: en esta categoría se incluyen cosas que permanecen relativamente sin cambio durante la comunicación. Son ellas el físico o la forma del cuerpo, el atractivo general de las personas, los olores corporales y el aliento, la altura, el peso, el cabello, el olor de la piel y su tonalidad.

Conducta táctil: hay autores que la incluyen dentro de la cinésica, pero otros la ven como fenómeno aparte. En cualquier caso, el comportamiento táctil está relacionado con aprendizajes de las etapas infantil y adulta que expresan mensajes no verbales profundos que pueden afectar el proceso de comunicación. Hablamos de caricias, golpes, guiar los movimientos de los otros, etc.

Paralenguaje: Se refiere a cómo se dice algo y no a lo qué se dice. Se estudian aquí las señales vocales no verbales que se emiten en el habla. Esto incluye las cualidades de la voz (registro, altura, ritmo, tiempo, articulación, resonancia, control labial, control de la glotis). Y las vocalizaciones. Aquí se incluyen los caracterizadores vocales, como la risa, el llanto, el suspiro, el bostezo, el estornudo, etc; los cualificadores vocales (intensidad de la voz desde muy fuerte a muy suave, la altura (aguda o grave) y la extensión; y las llamadas segregaciones vocales (los hum, m-hum, ah, uh, etc) en las que también se incluyen las pausas, sonidos intrusos, errores al hablar y estado de latencia.

La proxémica: es el estudio del uso y percepción del espacio social y personal. Se le denomina también ecología del pequeño grupo y se ocupa de la manera en que la gente usa y responde a las relaciones espaciales cuando se establecen grupos formales e informales. En las situaciones de comunicación, liderazgo y trabajo manual hay disposiciones espaciales determinadas que implican mensajes no verbales muy claros. La proxémica también estudia las relaciones espaciales en las multitudes y en situaciones de gran densidad humana. La proxémica es una herramienta sumamente útil en la Oratoria 2.0.

Los artefactos: ciertos objetos pueden actuar como estímulos no verbales en las situaciones de comunicación. Perfumes, ropajes, lápiz de labio, gafas, pelucas, postizos, pueden cumplir determinado papel en una situación de comunicación persuasiva.

Factores del entorno: Los factores ambientales interfieren en la comunicación, a veces de manera crucial. Muebles, estilo, decorados, condiciones de luz, olores, temperatura, ruidos adicionales, música, pueden ejercer una gran influencia en el resultado de situaciones de comunicación persuasiva interpersonal o grupal.

La tendencia actual de las investigaciones considera que lo no verbal no se puede estudiar aisladamente del proceso total de comunicación, al punto que tiende a haber consenso en cuanto a que la comunicación verbal y no verbal deberían tratarse como una unidad total e indivisible.

Prevenimos entonces contra la interpretación ligera o manualesca de los mensajes no verbales, ya que su peso en la comunicación es muy elevado y una interpretación incorrecta de los mismos pueda dar al traste con toda una estrategia de persuasión.

Por ejemplo, es frecuente interpretar el cruzamiento de brazos de una persona como una indicación de que se está cerrando a la comunicación, cuando eso puede significar otra cosa distinta si se amplía el campo de observación a las expresiones faciales, a las posturas corporales, la dirección, frecuencia y duración de la mirada, la temperatura ambiente y la expresión verbal. La interpretación correcta de todos esos factores puede indicar que el cruzamiento de brazos se produjo simplemente como una reacción al frío del ambiente

Por tanto, como criterio operacional de cautela, partimos de que la comunicación no verbal es potencialmente mucho más ambigua que la comunicación verbal (oral o escrita), ya que no existe un grupo de convenciones culturales claramente explícito para interpretar su significado. Será pues de nuevo la agudeza mental del interpretador la que le indique el camino correcto de interpretación de las señales no verbales que le envíen.

22.3.12

El poder de la mirada



Por Ramón Maceiras López
Mirar a los otros es básico para calibrar y para establecer y mantener una corriente de contacto psicológico y humano con el auditorio o interlocutor. La mirada es tal vez la forma más sutil de lenguaje no verbal y su estudio ha atraído desde siempre a numerosos autores y a diversas disciplinas del conocimiento: comunicación, psicología, sociología y antropología.

¿Quién no ha padecido una de esas miradas que matan? En el lenguaje coloquial nos son familiares expresiones tales como “me miró con malos ojos” o “con buenos ojos”; “clavamos la vista en algo o alguien”. El aprendizaje social indica que la mirada baja se asocia a la modestia o la sumisión, que hay “miradas limpias” o “turbias” y que la mirada fija está asociada a la frialdad o la agresión.

Las miradas varían según el marco de referencia, la personalidad de los que miran o el tema de conversación. La sociedad pauta las miradas: es de mal gusto mirar fijamente a extraños en lugares públicos.

De tal forma que la mirada cumple funciones de primera magnitud en la comunicación y envía mensajes importantes para calibración del estado del interlocutor individual o colectivo. La mirada tiene también sus funciones, algunas de ellas compartidas con el lenguaje corporal en general.

Así, la mirada sirve para regular el flujo de comunicación, retroalimentar la comunicación, expresar emociones e indicar la naturaleza de la relación interpersonal.

La mirada regula el flujo de comunicación cuando se utiliza para indicar la disposición de abrir la comunicación o cerrarla. Un cambio en la dirección de la mirada cuando alguien se dirige a nosotros puede ser una manera de evitar que comience un acto de comunicación.

La mirada retroalimenta la comunicación. Si nuestro interlocutor nos mira mientras hablamos, lo podemos interpretar como un signo de interés o atención. Pero también sabemos que cuando la gente está procesando mensajes complicados aparta la mirada y mueve los ojos en distintas direcciones, buscando datos, asociando recuerdos, imágenes, sensaciones, sonidos, etc. Estos movimientos de los ojos nos dan mucha información sobre los sistemas de representación de las personas. Son los llamados accesos oculares, estudiados por la Programación Neurolingüística (PNL).

La mirada también expresa emociones. Paul Ekman, profesor de psicología de la Universidad de California ha detectado la participación de la mirada en la configuración de seis emociones: la sorpresa, el miedo, el disgusto, la colera, la felicidad y la tristeza.

La mirada indica la naturaleza de la relación interpersonal. Se ha observado en distintas culturas que, por lo general, hay menos contacto visual, tanto por parte de hombres como de mujeres, hacia interlocutores de estatus más bajo. Así mismo, tendemos a mirar más a las personas que nos gustan, aunque, en algunos casos miramos mucho a aquellos que no nos gustan.

La investigación experimental también ha detectado una tendencia a que las miradas prolongadas y recíprocas pueden ser un indicador de relación duradera o íntima entre las personas. Algunos investigadores, como Argyl y Dean, han propuesto un modelo interesante y práctico para medir la intimidad de las personas en función de la frecuencia de la mirada, la intimidad del momento y la cantidad de sonrisa.

También se ha detectado que en una relación entre personas caracterizada por el rechazo o la incompatibilidad se aprecia una disminución de la mirada. La hostilidad tiende a expresarse a través de la ignorancia visual, y mucho más cuando el destinatario de nuestra hostilidad es consciente de que lo ignoramos premeditadamente.

Una mirada fija puede emplearse para producir angustia. Se ha detectado en estudios experimentales que una mirada que dura más de diez segundos produce irritación y malestar. Los monos en los zoológicos han reaccionado con amenazas y gestos de agresión a miradas fijas y prolongadas en multitud de experimentos. La neurociencia ha comprobado experimentalmente que una persona que es mirada fija e insistentemente tiende a elevar su ritmo cardíaco.

En general, la gente tiende a mirar más a aquellas personas con quienes ha establecido buenas relaciones, que le caen simpáticas, o que han logrado captar su atención o interés. Buen dato éste para calibrar en una situación de comunicación persuasiva ¿Verdad?

19.3.12

Las claves de la oratoria de influencia


Por Ramón Maceiras López
Como criterio operacional podemos definir la oratoria de influencia o persuasiva como el intento de actuar sobre los otros, llevarlos a modificar su comportamiento, sus actitudes o ideas, ante problemas o cuestiones cuya solución implica un cambio en la actual forma de concebirlos. Persuadir (del latín persuadere) es eso mismo, convencer, llevar a alguien a creer, aceptar o decidir hacer algo, sin que de ahí se desprenda la intención de perjudicarlo, ni tampoco desvalorizar sus capacidades intelectuales o prácticas.

El acto de persuadir presupone un destinatario que comprenda y sepa evaluar los respectivos argumentos y posiciones, y los acoja o rechace de acuerdo a su particular escala de valores, sus intereses personales o necesidades prácticas, lo que implica reconocer su valor como persona, como centro de sus propias decisiones.

La comunicación persuasiva mantiene su vigencia porque las situaciones de la vida real no se resuelven con las leyes de la matemática. La persuasión y la demostración matemática van por vías distintas. Existirá persuasión, como enseña Perelman, cuando no es posible “ establecer una relación entre la verdad de las premisas y de la conclusión”  y no disponemos de un lenguaje estructurado en forma lógico-matemática que pueda demostrar el carácter necesario de una solución dada.

En la persuasión las palabras, las premisas, las razones invocadas y las pruebas suministradas por el orador no tienen la fuerza ni el rigor del cálculo matemático, por lo que nunca podrán conducir a la evidencia, a la necesidad o a la verdad única. 

La oratoria de influencia o persuasiva se mueve en el mundo de las opiniones y los argumentos. En la lógica de lo razonable (conforme a razón, justo), plausible (que puede admitirse o aprobarse) y preferible (que consideramos vale más, que se pone delante de otras opciones). La persuasión se mueve en el mundo de la subjetividad. No en el campo de las matemáticas, lo necesario (que hace absolutamente falta), evidente (cierto, de un modo claro) y objetivo (exento de parcialidad).

Philippe Breton define la opinión como “conjunto de las creencias, los valores, las representaciones del mundo y de las confianzas en otros que un individuo forma para ser él mismo”. Independientemente de su coherencia interna, la opinión no es inmutable en el tiempo y está sujeta a la confrontación con otras opiniones, debido a su carácter parcial.

Sin embargo, no todo es discutible. Los resultados científicos, por ejemplo, no son opinables, se imponen a todos por su objetividad y universalidad. Las discrepancias en esta área se circunscriben al ámbito de la comunidad científica y se desarrollan con unas reglas técnicas objetivas para dilucidar su certeza. La opinión es todo lo contrario: proviene de la subjetividad y lo verosímil (que parece verdadero y puede creerse). No es la opinión, pues, una certeza objetiva e infalible, ya que entonces la argumentación no tendría sentido, pues no se argumenta contra lo que es evidente y necesario. 

El maestro chino Chuang Tse ya hablaba de esto hace más de mil años al estimular el uso de la síntesis en la oratoria deliberativa, en contra de los sofismas y los conceptos contradictorios. Hablando de las interminables discusiones que parecen ser la tónica desesperante tanto en Oriente como en Occidente, el sabio taoísta advertía que ni la ciencia podría acallar la diatriba permanente, “pues cada cual está casi siempre convencido de aquello que cree”. Y lo planteaba así:

Imaginemos que yo discuto contigo: si tú me vences, es cierto que yo no he vencido. Pero ¿es acaso seguro que tú tengas razón y yo esté equivocado? Si yo te venzo, es seguro que tú no me has vencido. Pero ¿acaso es seguro que yo tenga razón y que tú estés equivocado? ¿O, en parte, los dos tenemos razón y estamos, en parte, equivocados? ¿O los dos estamos equivocados y los dos tenemos razón? Ni yo ni tú podemos saberlo con seguridad, y por eso, nosotros, los hombres, estamos condenados a vivir en la ignorancia. Si nombramos un árbitro para que resuelva la cuestión, si tiene las mismas ideas que tú, la resolverá en tu favor ¿Se podrá decir entonces que la haya resuelto efectivamente? Si tiene mis mismas ideas, la resolverá a favor mío?...” 

Shakespeare advertía, por boca del atormentado príncipe Hamlet:

Demasiadas cosas hay en el mundo que tu filosofía no descubre”.

Con estas citas sólo queremos poner de relieve que en la oratoria de influencia o persuasiva  es justo y práctico reconocer que la fuerza de los argumentos es siempre relativa. Relativa a la competencia de quien los utiliza, al público concreto que se intenta persuadir, a las circunstancias en que se presenta el argumento y, por último, relativa al mapa del mundo más o menos común a los interlocutores. El que pretenda persuadir partiendo de que es el poseedor de la verdad revelada o de que lo que él dice es evidente e infalible lo tiene crudo en el mundo de hoy.

Postulamos que la comunicación persuasiva debe ser abordada con humildad. A partir de ahí, el secreto de la persuasión consiste en que los otros entiendan lo que dices y acepten lo que les propones. Quien desarrolle esa habilidad será efectivamente persuasivo, influyente y poderoso. Así de simple, y así de complejo.

14.3.12

Credibilidad y congruencia en Oratoria


Por Ramón Maceiras López
Las palabras son el contenido del mensaje. La expresión corporal, la voz (timbre, tono, volumen, ritmo) y el espacio son el contexto. De tal forma que contenido y contexto, banda verbal y no verbal, dan sentido a la comunicación. Si hay correspondencia entre las bandas verbal y no verbal de la comunicación es probable que los receptores capten bastante bien el significado de su mensaje. De no ser así, se producen malos resultados. En comunicación, no hay fracasos, sólo resultados, ya que el significado de la comunicación es el resultado que usted obtiene.

¿Cómo saber entonces que el mensaje que emitimos es el mismo que reciben los demás? Aunque nunca habrá una garantía total de que los receptores capten íntegramente lo que nosotros intentamos comunicar, lo primero que hay que lograr es que haya una correspondencia total entre la banda verbal y la banda no verbal de la comunicación, o sea, entre las palabras, la expresión corporal, la voz y el espacio. Mehrabian y Ferris ya comprobaron que el 93% de la información que perciben los receptores proviene de la expresión corporal y de la voz del emisor del mensaje, de tal manera que si usted intenta convencer a alguien de que lo aprecia pero las cualidades de su  voz y su expresión corporal no dicen lo mismo que sus palabras, lo más probable es que su interlocutor no le crea.

Y he aquí otra clave: si no hay correspondencia entre las bandas, el primer efecto que se produce es la falta de credibilidad del emisor del mensaje incongruente. Decimos que la incongruencia se expresa en la no correspondencia entre lo que pensamos y sentimos y lo que manifestamos verbal y corporalmente. Cuando se produce esa discrepancia, el mensaje emitido y el emisor pierden credibilidad. Y la credibilidad es crucial en Oratoria 2.0. Sin ella es prácticamente imposible que alcancemos el objetivo que nos propusimos en el acto de comunicación.

Por el contrario, cuando hay congruencia (armonía entre el estado interno y la conducta) se produce una integración del sistema neurológico que es observado y percibido por nuestros interlocutores y se allana el camino para que nuestros mensajes y nuestra persona sean bien recibidos. El público percibe la incongruencia de un orador, percibe si lo que dice no es lo que piensa. La banda no verbal lo delata y ante la incongruencia, el público tiende a fiarse de su “instinto” y le hace caso al comportamiento no verbal. Como veremos más adelante, es muy difícil controlar conscientemente ciertos comportamientos no verbales regulados por el sistema límbico del cerebro, de tal manera que lo más seguro es confiar en el comportamiento no verbal al detectar un caso de incongruencia.

Muchos políticos mal asesorados, ejecutivos inconscientes y vendedores poco entrenados, confían en exceso en que sus mentiras no serán detectadas por el gran público. Desconocen que su cuerpo y su voz siempre los delatan y no saben que tras muchas décadas de exposición a los medios de comunicación de masas, el gran público ha desarrollado un “instinto” para detectar las incongruencias.  

12.3.12

No todo son palabras


Por Ramón Maceiras López
Siempre que exista relación humana, hay comunicación. La comunicación como proceso aparece en una conversación intrascendente, en el discurso persuasivo o influyente, en la educación, en la negociación, en las relaciones laborales, en la dirección ejecutiva, en la política, en el ámbito familiar. El hecho de que la comunicación implique al menos a dos personas, apunta a la bidireccionalidad o multidireccionalidad del proceso.

Cuando usted se comunica con una persona o un grupo de personas, recibe respuestas a su mensaje y, aunque no sea consciente de ello, reacciona frente a esas respuestas con pensamientos, sentimientos y reacciones corporales. Por supuesto, su mensaje también afecta todo el ser de su interlocutor individual o grupo de audiencia. El orador se comunica mediante palabras, cualidades vocales y con su expresión corporal. Incluso estando quieto, sin pronunciar palabra alguna, estamos enviando información que un observador entrenado puede descifrar. Muchas terapias se basan en interpretar cabalmente los mensajes no verbales del paciente mediante la calibración. Los negociadores experimentados conocen las múltiples interpretaciones que se le pueden dar a un o a un no: sí por convencimiento; sí por respeto o temor a la autoridad; sí, pero deformando la propuesta a la que se ha asentido a la hora de transmitirla a los demás; sí irónico, que va a ser violentado a la primera oportunidad; el sí por salir del paso; el no sin convicción que está esperando razones contundentes para pasarse al sí; el no por el no, sea cual sea la propuesta; el no provisional, que mañana puede ser sí, si conviene.

La primera pregunta que tiene que hacerse cualquier orador consciente de la complejidad del proceso comunicacional es cómo saber que el mensaje que emite es el mismo mensaje que reciben los demás. ¿Cómo saber que el significado que nosotros le damos a nuestras palabras será el mismo que le den los demás una vez que las perciban?

La experiencia ha probado que las mismas palabras tienen significados diferentes para personas distintas. Un comunicador experimentado sabe que no es tan importante lo que se dice, sino cómo se dice y quién lo dice. La comunicación es mucho más que palabras. Mehrabian y Ferris comprobaron en 1967 que en una presentación ante un auditorio el 55% del impacto proviene del lenguaje corporal, el 38% por el tono de voz y sólo el 7% por el contenido de la presentación. Esto es especialmente importante, si el mensaje es esencialmente emotivo.

El lenguaje corporal y el tono de voz tienen un impacto determinante en el proceso de comunicación y pueden incluso contradecir el contenido del mensaje. El cómo la decimos puede variar sustancialmente el significado de una palabra: el lenguaje corporal y el tono de voz pueden hacer que la palabra hola signifique un simple reconocimiento, una amenaza, una humillación o un agradable saludo. Ya mencionamos las múltiples posibilidades de interpretación que dan palabras aparentemente tan claras como y no.

Un Orador tiene que hacer consciente todo su repertorio no verbal y aprender a usarlo a los fines de su mensaje.

8.3.12

Lo que Adán contó a la prensa.

Por Ramón Maceiras López
La idea de que la desobediente Eva fue la causante de que la especie humana fuera expulsada del Paraíso por comerse la manzana prohibida, no es más que una calumnia que Adán contó a la prensa, asegura Eduardo Galeano. En el libro del Genésis no se habla de manzanas. Se habla sólo del fruto del árbol del Paraíso: ah, el conocimiento... Después vinieron los griegos y calumniaron a la también curiosa Pandora (en el dibujo), culpándola de abrir la caja de los truenos. Como castigo, en la civilizada Atenas las mujeres no podían participar en política ni en los asuntos públicos.

También el maestro Buda divulgó la especie. Cuando su discípulo Ananda le preguntaba porqué a las mujeres no se les concedía en la vida pública la misma categoría y los mismos derechos que a los hombres, responde el iluminado con estas palabras: "Las mujeres, Ananda, tienen temperamento irascible; las mujeres, Ananda, son celosas; las mujeres, Ananda, son envidiosas...El llorar es la fuerza del niño; la ira es la fuerza de las mujeres".

Con el correr del tiempo, San Juan Crisóstomo decía: "Cuando la primera mujer habló, provocó el pecado original"...Y San Ambrosio concluía: "Si a la mujer se le permite hablar de nuevo, volverá a traer la ruina al hombre"...Así que, a callarse, chicas...Los fundamentalistas musulmanes les mutilan el sexo y les tapan la cara o las cubren con el burka. Los judíos ortodoxos comienzan su día agradeciéndole a Yavé que no los haya hecho mujer...En fin, que no se salva nadie...

Los primeros maestros de Oratoria



Por Ramón Maceiras López
En la Grecia antigua, el dominio de la artes y técnicas de la comunicación pasó a ser fundamental para cualquier aspirante a político –ocupación prestigiada y ambicionada por la mayoría, en aquel tiempo- y para cualquier ciudadano libre dedicado a los negocios o a la agricultura, quienes con mucha frecuencia se veían envueltos en acusaciones, juicios, delitos, infracciones o pago de tributos, que tenían que ser resueltos en tribunales públicos con jurados populares.

La necesidad de los ciudadanos libres de formarse en las habilidades comunicativas indujo el florecimiento de un grupo de profesionales especialistas en el arte del bien hablar y escribir. Estos profesionales enseñaban directamente retórica a sus clientes y también los representaban en los tribunales o les preparaban los discursos que aquellos pronunciaban. De la práctica continuada fue surgiendo una teoría de la oratoria basada en los resultados de las distintas estrategias que se utilizaban en las asambleas o en los tribunales.

En el siglo V a.C. surgen los primeros tratados de retórica en Sicilia, atribuídos a Kórax y Tísias, dedicados específicamente a la oratoria forense y destancando los trucos a los que los abogados podían recurrir para triunfar en los tribunales. El fundador de la técnica retórica fue otro siciliano, Górgias Leontinos, quien fuera embajador de su ciudad natal en Atenas en el año 427 A.C. Górgias destacaba por su brillantez discursiva y muchos atenienses se hicieron sus discípulos, convirtiendo a este siciliano en el primer profesor de retórica que se conoce. Górgias fue el iniciador de la oratoria de exhibición o de aparato. Consideraba que la oratoria debía excitar al auditorio hasta dejarlo totalmente persuadido. No le interesaba ninguna presunta verdad objetiva, sino el convencimiento del auditorio. Su técnica consistía en el uso de un lenguaje brillante y poético, lleno de efectos, figuras y ritmos.

Aristóteles consideraba insuficientes y poco satisfactorias las técnicas de Górgias, ya que no iban más allá de un repertorio de trucos legales y artimañas descabelladas para lograr la compasión de los jurados. Ya Aristóteles pensaba en armar una teoría global que presentara concienzudamente las reglas y las técnicas de la retórica y las bases de la argumentación eficaz.

Después de Górgias fue Isócrates el más famoso maestro de retórica en Atenas. Había creado una escuela con mucha más fama que la Academia de Platón. Isócrates y Platón se disputaban en el mercado ateniense la formación de los políticos de la ciudad. Isócrates escribe una obra titulada Contra los sofistas en la que promueve la idea de una preparación integral del orador en la que incluía la formación del carácter, el estudio de la política y de la técnica retórica en toda su amplitud. Estaba dirigida su obra a la formación de ciudadanos virtuosos y capacitados para el éxito político y social.

Platón, por su parte, consideraba el modelo de Isócrates como frívolo y superficial por estar dirigido hacia el éxito social, desarrollado al margen de las inquietudes filosóficas y la naturaleza de la realidad. Para Platón la retórica privilegiaba la persuasión y no la verdad, lo cual era un peligro social que había que combatir con decisión. En su diálogo Górgias, Platón enfrenta a la filosofía con la retórica y rompe lanzas por una tecnocracia moral en las que los filósofos conduzcan a los ciudadanos hacia la excelencia personal, a ser cada vez mejores. Condena la democracia de los políticos demagogos que engañan al pueblo. Califica a la retórica como un artificio de la persuasión. No la persuasión de lo bueno o verdadero, sino la persuasión de cualquier cosa. Recuerda que gracias a la persuasión el injusto se libra del castigo. Sin embargo, con el tiempo Platón llegó a elogiar a Isócrates y en su obra Fedro admite la posibilidad de una retórica distinta, verdadera y buena, que se confundiría casi con la filosofía platónica. 

7.3.12

Democracia y Oratoria


Por Ramón Maceiras López
En la polis la palabra no es una formula cerrada, misteriosa, que reclama obediencia, sino la materia prima del debate, del intercambio ciudadano. La polis hace posible la máxima extensión de todos los aspectos de la vida espiritual y social. La cultura griega, en particular en Atenas, se desarrolla generando un círculo cada vez más amplio en el que muchos más quedan integrados. Sin duda una transformación profunda: el conocimiento y las formas del pensar son llevados a la plaza pública. Es Sócrates, en estas condiciones, quien introduce el diálogo, incorporando la presencia activa del oyente.
El diálogo es un intercambio entre hombres libres a partir de preguntas y respuestas. Para Sócrates es el método que permite desarrollar el pensamiento y establecer el valor de la razón. A partir del diálogo se despliega la reflexión filosófica desde una pregunta inicial avanzando cada vez hacia nuevos niveles de complejidad y precisión. De acuerdo con Aristóteles, debemos a Sócrates el pensamiento inductivo y la definición universal. Tal confianza tiene el maestro en los alcances de la razón, que llega a asimilar el bien con el conocimiento y el mal con la ignorancia. En su mejor sentido, por tanto, conocer el bien es de inmediato ponerlo en práctica. Inversamente, hacer el mal sólo se explica y justifica por la ignorancia. Es en el pensamiento socrático en donde más claramente se observa la filosofía como una forma de vida guiada por la reflexión racional.
Del palacio micénico, cercado a las miradas, del núcleo aristocrático, donde sólo acceden los privilegiados, se pasa al ágora, el espacio público por definición. La polis pone a la mano el pensamiento y el conocimiento, y hace posible la democracia. Esta no es una relación casual, hay una conexión entre ambos procesos. Anaximandro ya había interpretado el mundo como la concurrencia de múltiples cualidades opuestas, en constante pugna, pero en donde finalmente prevalece el equilibrio. Afirmó que ningún elemento singular puede dominar a los demás por todo el tiempo. Es la igualdad y la simetría de los distintos elementos que constituyen la totalidad de lo existente, lo que caracteriza el orden de la naturaleza. La ampliación de esta idea lleva al concepto de un cosmos social regulado por la isonomía, cuyo ideal es el funcionamiento social bajo el imperio de instituciones regidas por normas.
A esta interpretación se suma la concepción antilógica de Protágoras, que funda una incipiente teoría de la persuasión comenzando por reconocer que en todas las cosas hay dos razones contrarias entre sí. Sobre cada tema pueden hacerse varias proposiciones, aún contrapuestas, lo que en principio debilita cualquier criterio de objetividad destinado a obligar. A partir de este momento el sofista renuncia a la exclusividad en el plano de las ideas, y abre un espacio ilimitado a la comunicación y a la libertad de pensamiento y de acción. Con ello rompe la textura uniforme de la mirada privilegiada y da carta de ciudadanía a la diversidad. En conflicto con Sócrates que busca la esencia de las cosas, la sentencia del hombre medida ahonda esta posición al sostener con énfasis que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que existen como existentes, de las que no existen como no existentes. El hombre del que se habla tiene un sentido genérico, por ello es un error ver aquí únicamente una defensa de la individualidad. La polis está contenida en la sentencia, dado que también ella tiene el poder para establecer lo que es justo y bello, cuando así lo considere, y durante todo el tiempo que dure ese parecer.
El hombre puede construir su mundo sobre la base de sus propias posibilidades. No son los dioses, ni alguna autoridad externa superior, las fuerzas responsables de su destino. Las bases de la democracia están instaladas, y es en la Atenas clásica en donde esta forma de gobierno vivirá sus mayores contrastes, desde el intercambio simétrico entre ricos y pobres, la expresión libre de las opiniones, la participación activa en los asuntos públicos, como cuestiones religiosas, de seguridad pública o suministro de alimentos, hasta la aparición de la corrupción, la simulación y la intriga. La democracia, tal como la encontramos especialmente en tiempos de Pericles, es sin duda la expresión imperfecta de un intento de acuerdo para llevar los asuntos de la comunidad. Lo que se manifiesta es una obra humana, que se comprende mejor desde la razón y no desde la inspiración divina o una concepción estática de la verdad heredada. En adelante el orden social y la acción política aparecen como soluciones humanas y por tanto constantemente expuestas a nuevas transformaciones. Es en Atenas, en estas condiciones, en donde Peithó, la persuasión, elevada a la categoría de divinidad, tendrá su despliegue más llamativo, en contraste con Esparta, en donde el poder de Phobos, el temor, será el eje de la estabilidad social.  

6.3.12

Los orígenes de la Oratoria


Por Ramón Maceiras López
Los griegos fueron el pueblo antiguo que más apreció el arte de la palabra y la elocuencia. Basta con leer los rutilantes discursos de la Ilíada y las arengas llenas de fervor con que los comandantes militares lanzaban a sus tropas al combate. Los soldados caídos en batalla eran luego honrados con solemnes discursos funerarios. La cultura griega descubrió la razón que permite el intercambio entre los hombres, convirtiendo la argumentación, la discusión y el diálogo en las condiciones necesarias para el despliegue intelectual, la búsqueda del conocimiento, y el establecimiento de las relaciones políticas.

Con la aparición de la polis toma forma un sistema que hace posible la superioridad de la palabra por sobre las restantes formas del poder interpersonal, al punto que ésta llega a ser la mejor herramienta de influencia. Andando el tiempo la razón cometerá el exceso de representarse a sí misma como la expresión privilegiada de las capacidades humanas, descalificando otras propiedades del espíritu. Pero de eso hablaremos más adelante.

Las leyes del pensamiento fueron observadas tempranamente en la antigua Grecia, y posteriormente expresadas y codificadas por distintos filósofos. Grecia es para muchos filósofos la iniciadora de la idea y de la experiencia de una cultura racional. Una cultura creada libremente por hombres situados con una mirada consciente y crítica hacia las tradiciones, pero sin desprenderse necesariamente de ellas. La historia de la filosofía asigna principalmente a Tales el mérito de introducir en la mente griega la vocación por la razón, que será responsable de crear una fuerte desconfianza en las narraciones del mito e iniciar nuevas formas de pensar y explicar. No siempre es fácil establecer la partida de nacimiento de un fenómeno tan complejo, pero este caso es distinto. Estamos en condiciones de fijar el lugar, el período y los padres de la razón griega.

A principios del siglo VI, en la ciudad de Mileto, en Jonia, primero Tales y luego Anaximandro y Anaxímenes, inauguran un modo de reflexión desembarazada de cualquier alusión a fuerzas sobrenaturales, provocada por el asombro y a partir de preguntas. Estos son los pensadores con los que por primera vez el mundo que nos rodea, su origen y su orden, es representado explícitamente como un problema al que hay que buscar una respuesta acudiendo sólo a los recursos de la experiencia y del pensamiento. Una respuesta sin misterio, expuesta para ser comprendida por otros y debatida como cualquier evento de la vida cotidiana. Una forma del pensamiento en la cual las antiguas divinidades primordiales son reemplazadas por elementos de la naturaleza dotados de gran poder, y caracterizados como fuerzas imperecederas que a semejanza de los dioses poseen un extenso margen de acción. A diferencia de ellos, sin embargo, estas fuerzas concebidas en términos abstractos se limitan a producir efectos determinados y carecen de otra voluntad.

Entra en escena un tipo de conocimiento libre, imperfecto, que requiere ser defendido, incluso justificado, no ya un regalo de origen superior sino el producto del esfuerzo humano, quedando instaladas de este modo las bases de la ciencia. En el período anterior al siglo VI se producen notables cambios sociales y tecnológicos en algunas ricas ciudades costeras de Asia Menor, interconectadas por medio del comercio con antiguas civilizaciones del oriente próximo. Mileto en particular se encontraba en la cima de su desarrollo político, económico e intelectual. Entre estos cambios se cuenta la creación del calendario, el uso de la moneda, el alfabeto fonético, los avances en la navegación y el incremento del intercambio comercial, cuya consecuencia indirecta habría sido liberar la mente de sus amarras convencionales. Es improbable que un acontecimiento espiritual de semejante envergadura pueda ser explicado en virtud de algún reduccionismo, por bien fundado que se encuentre, aun cuando nada impide reconocer la influencia de cualquier factor particular. Se trata de un fenómeno de particular complejidad, multidimensional, que seguramente mantendrá una cuota de misterio. Por esa fecha contribuyen también a la declinación del mito los siete sabios, entre los cuales se cuenta al mismo Tales y personajes como Solón, que encarnan un tipo de inteligencia práctica al servicio de la comunidad. Representan una sabiduría vital que se ubica al margen de las teogonías, y es anterior a la fijación del saber a través de la escritura.

Desde el siglo VI ponen en discusión el orden humano, tratan de definirlo y de traducirlo a fórmulas accesibles al pensamiento. Son hombres útiles que aportan su conocimiento y su consejo oportuno. Su sabiduría está plasmada en sentencias breves o máximas, verdaderos concentrados de sabiduría, referidas a la vida personal y a la actividad política. No tienen como objetivo el universo de la materia, sino el mundo de los hombres. Es cierto que el listado de nombres es variable, y persisten muchas dificultades para fijar históricamente su contribución, pero eso no corrige el hecho de que representan un intento por definir las bases de un nuevo orden que sustituye el poder divino, y acerca a los hombres a su propia determinación. Los griegos no carecen de explicaciones antes de Tales. Bajo la forma del mito se dispone de un poderoso recurso para desentrañar el origen de los fenómenos. La mitología es a la vez una estructura de pensamiento y un sistema simbólico. Como tal describe, explica y ofrece soluciones, articula y organiza la experiencia. Se trata de un relato, de modo que si el mito resuelve problemas éstos no han sido planteados como tales. Apelando siempre a una autoridad, el mito se autovalida, se asienta en una base sólida, indiscutida, en la tradición heredada, en los antiguos o en los dioses. No se divulga para ser debatido, y no necesita el sustento de una argumentación razonada. Ordena el mundo y está allí para ser aceptado.

El poeta Hesíodo, nacido en Boecia, hacia el siglo VII, nos dejó dos extensos poemas titulados Teogonía y Los Trabajos y los Días. Según su relato fue inspirado por las musas, las compañeras de Apolo, hijas de Zeus y la Memoria, quienes le revelaron la verdad y le indicaron lo que ha sido, lo que es y lo que será. También Homero, mucho antes, atribuye sus creaciones a alguna divinidad. En el comienzo de la Ilíada menciona a la diosa y en la Odisea a la musa, en cada caso como responsables de sus versos. Grandes creadores que sin embargo no se perciben como tales, sino como instrumentos de fuerzas superiores. Lo contrario ocurre cuando alguien apoyado en su propia razón aspira a ofrecer una explicación o proponer una interpretación. Una respuesta construida desde la propia actividad intelectual, por definición se obliga a proponer un discurso racional sobre bases radicalmente distintas.

La clave está en el fundamento, construido con coherencia y de preferencia con tino. Cada propuesta ahora debe estar dispuesta a la crítica y al debate. Finalmente, sólo en el diálogo se puede establecer su legitimidad. Se consagra el valor de la pregunta, con su carga de provocación, y el derecho a la búsqueda personal. Tucídides, por ejemplo ya no refiere a las musas, y al comienzo de su obra se nombrará como escritor. En un sentido fundamental, surge la figura del filósofo como alguien que cultiva una actitud inquieta e interrogante frente al mundo, encarnando al mismo tiempo el poder de la especulación. Alguien que no repite simplemente lo que se dice, sino que pone su nombre cuando afirma o niega, asumiendo siempre la responsabilidad de defender lo dicho. El filósofo aspira a comprender el mundo y a comprenderse a sí mismo mediante el conocimiento, al que concibe como una obra individual, algo que se construye pacientemente. Anaxágoras hacia el siglo V propone una formula para resumir esta materia: Todas las cosas estaban juntas, después llegó la inteligencia y las ordenó. Cualquier diferencia entre un discurso y otro, entre distintas maneras de ordenar las cosas, expresa una contradicción que naturalmente provee la materia prima del diálogo, en el cual únicamente valen los argumentos y no la apelación a la autoridad. Werner Jaeger interpreta que la filosofía representa la suprema etapa de una nueva confianza en sí mismo por parte del hombre, bajo cuyos cimientos yace vencido un salvaje ejército de fuerzas tenebrosas.

Sin perjuicio de sus semejanzas, los filósofos tendrán distintos estilos y sus discursos se vestirán de variados ropajes. El formato más bien distante y sobrio, un ambicioso intento en prosa por encontrar la estructura de lo real desde la observación propuesto por Anaximandro, tendrá su contraste con el tono punzante y audaz de Jenófanes, a la vez rapsoda y filósofo, que expone en forma de sátira sus posiciones sobre los dioses o la verdad, o con el poema épico y didáctico de Parménides. A su vez, la libertad con que Jenófanes declama en cada lugar dispuesto a escuchar, rivaliza con el espíritu sectario de Pitágoras, quien opta por rodear de secreto sus hallazgos y comunicarlos sólo a un grupo selecto de iniciados. Heráclito, por su parte, un pensador solitario resuelto a desafiar los enigmas, que rehuye el contacto social y desprecia los cargos públicos, con un tono de profeta inaugura un estilo filosófico asentado en formulaciones lapidarias. Difiere de las formas que encarnan Anaxágoras, un modelo de intelectual puro muy cercano al gobierno de Pericles, el sofista Gorgias, principalmente un maestro de retórica, o Protágoras, pensador de la política, partidario de la democracia, maestro de futuros ciudadanos y asesor de gobierno. Por cierto, está también Sócrates que convierte el ágora en un aula, elevándose desde el monólogo hasta introducir el diálogo como la forma propia del intercambio filosófico, sin escribir jamás una línea, o bien su discípulo Platón, que en un sentido inverso encierra la filosofía en las paredes de la Academia, dando al diálogo una magnífica expresión literaria, distinto de Aristóteles y sus áridos tratados. En todos ellos, puede decirse, la argumentación se convierte en una propiedad del lenguaje intelectual, dejando nula toda justificación para imponer o exigir sumisión. Cada cosa tiene valor mientras puede ser defendida, de modo que la energía de la duda está autorizada para actuar implacable con cualquier discurso que no pueda mostrar su fortaleza.

La argumentación, la discusión y el diálogo comienzan a ser las condiciones que hacen posible el despliegue intelectual, y el avance en las materias del conocimiento. A continuación, serán también las condiciones para abordar los asuntos ciudadanos, para establecer y desarrollar las relaciones políticas. Los tratadistas del tema coinciden en que el advenimiento de la democracia en Grecia catapultó aún más el interés por la oratoria y la elocuencia. La razón parece lógica. El pueblo de las polis griegas podía reunirse en asamblea para dialogar, polemizar y decidir sobre todo tipo de cuestiones. En el diseño de las ciudades se contemplaba la construcción de espacios apropiados para las asambleas de ciudadanos. Esas asambleas eran libres ya que todos los ciudadanos podían asistir, participar y votar, excepción hecha de las mujeres, los esclavos y los forasteros.

 Los que mejor hablaban en esas asambleas llegaban a ser personas muy influyentes, y aquellos que pretendieran tal cualidad tenían por tanto que desarrollar dotes oratorias. Más allá de la oratoria deliberativa en las asambleas públicas, se desarrolló también la oratoria forense. Los conflictos entre ciudadanos se dilucidaban mediante tribunales electos por sorteo. Los oradores forenses se esmeraban en persuadir y conmover a los jurados para atraerlos hacia su causa. La oratoria de exhibición tenía como objetivo el lucimiento del orador so pretexto de elogiar a alguien. La polis encarna un sistema que afirma y hace posible la superioridad de la palabra por sobre las restantes formas del poder interpersonal, al punto que ésta llega a ser la herramienta de influencia por excelencia, la mejor manifestación de la autoridad intelectual, y la clave para el ejercicio del poder político y los derechos ciudadanos.

En este ambiente surgen los sofistas, maestros errantes que inauguran el hábito de exigir honorarios por sus lecciones, llevando la enseñanza de la retórica, el arte de persuadir, hasta la cumbre de sus posibilidades. La palabra cobra cada vez más fuerza, todavía más allá de los problemas del conocimiento y la política. Su poder se extiende hacia otros ámbitos. Desde tiempos de Homero la palabra curativa, orientada a enfrentar el penoso evento de la enfermedad, recurrió a formulas verbales de carácter mágico, principalmente ensalmos y conjuros. En los primeros domina la intención imperativa o coactiva ante una realidad que se quiere alejar, y en los segundos prevalece la súplica, de modo que su eficacia depende de una fórmula de encantamiento y de quien la emplea. Pero hacia el siglo V se constituye una práctica terapéutica de la palabra, emerge un decir placentero o sugestivo, la palabra persuasiva se aplica a sanar, adopta una intención psicológica y se dirige directamente a producir un efecto en quien la escucha.

1.3.12

La complejidad, el nuevo paradigma




"La propuesta de pensamiento complejo es fruto de un esfuerzo para articular saberes dispersos, diversos y adversos entre sí. Pero la propia idea de complejidad excluye la posibilidad de unificar, pues una vez que parte de la incertidumbre debe admitir el reconocimiento cara a cara con lo indecible. La complejidad no es una receta. Sólo es una invitación para una civilización de las ideas. El pensamiento complejo es una unión entre simplicidad y complejidad, lo que implica procesos como seleccionar, jerarquizar, separar, reducir y globalizar. Se trata de articular lo que está disociado. Pero no es una unión superficial, ya que esa relación es al mismo tiempo antagónica y complementaria".

Así expresa Edgar Morin el nuevo paradigma de las Ciencias de la Complejidad. Edgar Morin (París, 1921) es uno de los principales pensadores del siglo XX. Es doctor honoris causa en universidades de diversos países, como Italia, Portugal, España, Dinamarca, Grecia, México, Bolivia y Brasil. Para estudiar los problemas de lo humano y del mundo contemporáneo, atraviesa diversas áreas del conocimiento: biología, física, ciencias humanas... Tiene una formación pluridisciplinar, y es sociólogo, antropólogo, historiador, geógrafo y filósofo, pero ante todo es un intelectual libre que nos propone una visión transdisciplinar del pensamiento. Es autor de más de cuarenta libros de epistemología, sociología política y antropología. Merece ser destacada su obra El Método [de la que ha aparecido recientemente su quinto volumen], sobre la transformación de las ciencias y su impacto en la sociedad contemporánea. Es Director de investigación emérito del Centro de Estudios Transdisciplinares en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, presidente de la Agencia Europea de Cultura de la UNESCO y presidente de la Asociación de Pensamiento Complejo. Le apasionan las artes, la literatura y el cine en particular. Durante la II Guerra Mundial combatió en la resistencia francesa entre los años 1942 y 1944, y ha luchado contra el nazismo y el estalinismo. 

Angélica Sátiro, autora de esta entrevista, es escritora y educadora. Investiga la relación ética/creatividad en la Universidad de Barcelona. La entrevista fue publicada en portugués en las revistas Crearmundos y Linha Direta. Traducción al castellano de Armando Montes, con autorización y revisión de Angélica Sátiro (angelsatiro@hotmail.com), a la que corresponden los derechos de reproducción o traducción a otras lenguas.

Ángela Sátiro.- ¿Cuál es la educación necesaria para el siglo XXI?
Edgar Morin.- La educación tiene que ser reorganizada totalmente. Y esa reorganización no se refiere al acto de enseñar, sino a la lucha contra los defectos del sistema, cada vez mayores. Por ejemplo, la enseñanza de disciplinas separadas y sin ninguna intercomunicación produce una fragmentación y una dispersión que nos impide ver cosas cada vez más importantes en el mundo. Hay problemas centrales y fundamentales que permanecen completamente ignorados u olvidados, y que, sin embargo, son importantes para cualquier sociedad y cualquier cultura.

AS.-
 ¿Se refiere al estudio de los “siete saberes necesarios para la educación del futuro”? [Edgar MORIN, Les sept savoirs nécessaires à l’éducation du futur, SEUIL, Septembre 2000]
EM.- Sí, me refiero a esos saberes, que implican...
- Una educación que reconozca las cegueras del conocimiento, sus errores e ilusiones.
- Una educación que asuma los principios de un conocimiento pertinente.
- La enseñanza de la condición humana.
- La enseñanza de la identidad planetaria.
- La capacitación para hacer frente a las incertidumbres.
- La enseñanza de la comprensión.
- La enseñanza de la ética del género humano.

AS.- ¿Podría hacer un comentario más detallado...?
EM.- Reconocer las cegueras del entendimiento, sus errores y sus ilusiones, quiere decir asumir el acto de conocer como una especie de traducción, no como una correcta foto de la realidad. Se trata de preparar nuestras mentes para el combate vital por la lucidez, y eso significa que hay que estar siempre buscando cómo conocer el propio acto de conocer.
Cuando se habla de asumir los principios del conocimiento pertinente, se entiende por ello la necesidad de enseñar los métodos que permitan aprehender las relaciones mutuas y las influencias recíprocas entre las partes y el todo de este mundo complejo. Se trata de desarrollar una actitud mental capaz de abordar problemas globales que contextualizan sus informaciones parciales y locales.
Enseñar la condición humana debería ser el objeto esencial de cualquier sistema de enseñanza, y eso pasa por tomar en consideración conocimientos que se encuentran dispersos entre varias disciplinas, como las ciencias naturales, las ciencias humanas, la literatura y la filosofía. Las nuevas generaciones necesitan conocer la diversidad y la unidad de lo humano.
Enseñar la identidad planetaria se refiere a mostrar la complejidad de la crisis planetaria que caracterizó el siglo XX. Se trata de enseñar la historia de la era planetaria, mostrando cómo todas las partes del mundo necesitan ser intersolidarias, dado que enfrentan los mismos problemas de vida y muerte.
Hay que hacer frente a las incertidumbres que se han puesto de manifiesto a lo largo del siglo XX, a través de la microfísica, la termodinámica, la cosmología, la biología evolutiva, las neurociencias y las ciencias históricas. Hay que aprender a navegar en el océano de las incertidumbres a través de los archipiélagos de las certezas.
La comprensión es tanto medio como fin de la comunicación humana, por lo que no es algo que la educación pueda pasar por alto. Para eso, es necesaria una reforma de las mentalidades.
Por ética del género humano entiendo un enfoque que considere al individuo, a la sociedad y a la especie. Eso no se enseña con lecciones de moral, pues pasa por la conciencia de sí mismo que el ser humano va adquiriendo como individuo, como parte de la sociedad y como parte de la especie humana. Eso implica concebir la humanidad como una comunidad planetaria compuesta por individuos que viven en democracias.

AS.- ¿Cuáles son las líneas generales de su propuesta ética?
EM.- Hablo de autoética, socioética, antropo-ética y de ética planetaria. Veo al individuo, a la sociedad y a la especie como categorías interdependientes. Ante la complejidad contemporánea no podemos descartar ninguna de esas tres perspectivas. El problema actual de la ética no es el deber, la prescripción, la norma. No necesitamos imperativos categóricos. Lo que necesitamos es saber si el resultado de nuestras acciones está en correspondencia con lo que querríamos para nosotros mismos, para la sociedad, para el planeta. No basta con tener buena voluntad, en cuyo nombre fueron cometidas innumerables acciones desastrosas. Mi ética es una ética del buen pensar y en eso está implícita toda mi idea del pensamiento complejo.

AS.- ¿Podría hacer una síntesis de su teoría del pensamiento complejo?
EM.- Muchos ven en mí a un sintetizador y unificador que, afirmativo y suficiente, trata de presentar una teoría sistemática y global. Pero debo admitir que eso es un engaño, no puedo sacar de la chistera ninguna teoría diciendo “¡aquí estoy, tiren a la basura sus paradigmas anteriores!”. Claro está que la propuesta de pensamiento complejo es fruto de un esfuerzo para articular saberes dispersos, diversos y adversos entre sí. Pero la propia idea de complejidad excluye la posibilidad de unificar, pues una vez que parte de la incertidumbre debe admitir el reconocimiento cara a cara con lo indecible. La complejidad no es una receta que voy distribuyendo. Sólo es una invitación para una civilización de las ideas.
El pensamiento complejo es una unión entre simplicidad y complejidad, lo que implica procesos como seleccionar, jerarquizar, separar, reducir y globalizar. Se trata de articular lo que está disociado. Pero no es una unión superficial, ya que esa relación es al mismo tiempo antagónica y complementaria.

En el siguiente video, se recoge un taller de pensamiento complejo dictado por el especialista Pedro Luis Sotolongo.