5.1.12

La ley Sinde-Wert es un adefesio


Cuando era feliz e indocumentado -un adolescente con ganas de comerse el mundo- hacía tres cosas con la paga que mi madre me daba religiosamente todas las semanas. Lo primero, pasar por la librería del señor Pepe -en la Caracas de mediados de los setenta y -después de escuchar sus sabios consejos de librero-, comprar un libro, generalmente, una novela de aventuras que alimentaba mi ansia de correr mundo. Después, pasaba por la casa de mi amigo Fiorángelo y seleccionábamos el disco de vinilo de la semana, que había que comprar. En esa época me iba el rock sinfónico y a Fiorángelo el cool jazz. Y, por último, nos enterábamos de la peli porno del viernes por la noche en el cine Bello Campo, y revisábamos la cartelera cinematógrafica para la peli del sábado, esa sí, del momento. Los domingos siempre daban una película "de autor" en la Cinemateca Nacional, sabiamente dirigida por el viejo Izaguirre, el padre de Boris Izaguirre. Normalmente era un coñazo, pero íbamos de chicos cultos y siempre había una sobremesa en la que comentábamos lo que apenas habíamos entendido. Eso sí, las chicas de la pandilla quedaban impresionadas.

Así comenzó mi carrera como pirata y delincuente del copyright. Con los discos de vinilo, hacíamos copias en casette y las distribuíamos ilegalmente entre los adolescentes de mi calle. En el colegio, el tráfico de música ilegal en casette era tan o más grave que el de porros. Sí, ya éramos unos delincuentes púberes. Cada quien compraba un disco de su gusto y lo copiaba en casette para intercambiar las copias con sus abyectos, degenerados, delincuentes y adolescentes amigos. Lo confieso también: nos intercambiábamos los libros. Y, a veces, hacíamos fotocopias. Tuvo que llegar el Betamax para empezar a copiar películas. La actividad delictiva se incrementaba en la medida en que aparecían nuevos medios tecnológicos.

Nuestro Carlitos (copia fiel del Manolito de Mafalda) vio que el tráfico podría dar dividendos y después de hablar con su padre -el portugués dueño de la mueblería de la esquina- consiguió financiamiento y espacio en el almacén de papá para montar una línea de grabadoras de casette y equipos para copiar películas. Carlitos se forraba y nos invitaba a los helados después de salir del cine. Carlitos, por supuesto, sólo iba a las pelis porno de los viernes por la noche. Menudo magnate estaba hecho. A los pocos meses, nos restregaba ya un Mustang del 72, tuneado, rojo fuego y muy hortera. La actividad delictiva de Carlitos se extendió y comenzó a montar timbas de póker en el almacén de papá los viernes en la noche, después de la sesión de pelis porno. Era un emprendedor -nuestro Carlitos- muy pendiente de las tendencias del mercado.

Esta historia aconteció hace más o menos 30 años. Algo novelada, pero cierta en lo esencial ¿Qué ha cambiado? Muchas cosas, pero el meollo es el mismo. Mi hijo adolescente intercambia con sus amigos copias de su música favorita, copias de los libros que le gustan  y las pelis que le fascinan. Son una generación de nativos digitales y se las saben y se las entienden para obtener lo que les gusta en esa maravilla que es internet.

Y ha cambiado otra cosa. Con mi paga de la semana, podía comprar un libro, un disco de vinilo e ir al cine. Y en mi casa no éramos ricos. Ningún adolescente promedio se puede dar ese lujo hoy en España. En mi generación, utilizábamos los recursos tecnológicos de los que disponíamos para multiplicar la experiencia de consumir productos culturales. Cuando una peli te impacta, cuando un libro de emociona, cuando una canción te transforma, lo primero que quieres hacer es compartir esa experiencia con tus colegas. En mi época, todos comprábamos algo y lo copiábamos con el objeto de difundirlo entre nuestros amigos y amigas...nuestra peña, pues. La chavalada de hoy no se puede dar ese lujo...Sí, señores, se trata de la crisis. Cuando papá y mamá están en el paro y apenas llega para los gastos esenciales del hogar, la paga del adolescente de turno se ve reducida hasta lo mínimo. ¿Condenamos a los chavales a la Edad de Piedra por el prurito de defender un modelo de copyright decimonónico?

La ley Sinde-Wert es un adefesio. En el mundo actual, tales despropósitos están condenados al fracaso. Ya circula por internet el manual para eludir semejante disparate. Lo que había que hacer aquí era rediseñar y actualizar el concepto de propiedad intelectual. Adecuar el concepto a los nuevos tiempos. Pero los grandes lobbys de la industria cultural han usado a tope sus influencias y han impuesto algo que no se puede cumplir. Han hecho el peor negocio de su vida. Dentro de poco tiempo las cosas volverán a su cauce y el ministro Wert probablemente ya no esté en el cargo.

Sigo con el tema en mi siguiente nota. Y entonces hablaré del problema de mi concepción sobre el copyright. El ministro Wert ha insultado a varias generaciones, comparándonos con narcotraficantes. Otros han soltado lindezas semejantes...No, señores, estáis equivocados. El problema es vuestro...Nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer.


No hay comentarios: