8.1.07

Citas inspiradoras para el nuevo año




Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado. La mente lo es todo. En lo que pensamos, nos convertimos.
Buddha
No conozco el secreto del éxito. Pero el secreto del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo.
Bill Cosby
Nada en este mundo puede sustituir a la persistencia. El talento no puede; nada es más común que los fracasados con talento. El genio no puede; los genios no reconocidos son moneda común. La educación no puede; el mundo está lleno de perdedores que recibieron la mejor educación. La persistencia y la determinación por si solos son omnipotentes.
Calvin Coolidge
No mido el éxito de un hombre por la altura que es capaz de subir, sino por lo alto que rebota cuando toca el fondo.
George S. Patton
Todos los hombres sueñan, pero no de la misma manera. Aquellos que sueñan de noche, en los oscuros recovecos de sus mentes, se despiertan por la mañana para descubrir que todo se ha desvanecido. Pero los soñadores de día son hombres peligrosos, porque actuan sobre sus sueños con los ojos abiertos para convertirlos en realidad.
T.E. Lawrence
Mantente alejado de las personas que quieran matar tus ambiciones. Las personas mediocres siempre hacen eso, pero los verdaderos triunfadores te harán sentir que tu también puedes conseguirlo.
Mark Twain
El liderazgo es una combinación potente de estrategia y carácter. Pero si tienes que quedarte sin uno de ellos, que sea sin la estrategia.
Norman Schwarzkopf

3.1.07

Propósitos de año nuevo




Por Ramón Maceiras López
Una vez superado el ciclo de consumismo exacerbado, almuerzos y cenas de empresas, intoxicaciones de todo tipo y reencuentros familiares a veces sin final feliz, que se suceden interminablemente en diciembre, es posible que nos podamos plantear en serio los propósitos del nuevo año.

Es triste ver cómo la sociedad actual le ha arrebatado al mes de diciembre -en el hemisferio norte- una buena parte del potencial de siembra y transformación que tuvo siglos atrás.
El invierno siempre fue época de siembra. Los sembradores elegían los mejores granos de la cosecha. Por analogía, es época de pensar en nuestros objetivos para el nuevo ciclo, conforme a la experiencia adquirida. Eso era lo que hacían hace siglos nuestros antepasados a partir de la entrada del invierno, con el solsticio del 21 y 22 de diciembre.

El sol se ha alejado del hemisferio y la tierra se prepara para trabajar interiormente. Los frutos de la cosecha anterior ya han sido recogidos. Es el momento de seleccionar los mejores frutos, obtener sus semillas y volver a sembrar. Hay frutos que abortaron, se pudrieron o no se desarrollaron bien. Estos se eliminan y se guardan los mejores.

Por analogía, es un momento para evaluar los objetivos logrados. De todo lo que te has propuesto, seguramente habrá metas que no se han conseguido todavía. Esto es simplemente un resultado, si aprendes de la experiencia. Es decir, si averiguas cuáles son las causas que han impedido hasta ahora su logro. Una vez determinados los obstáculos que lo han impedido, puedes elaborar un plan para superarlos y acercarte, de esta manera, a un éxito final.

Los obstáculos pueden ser de diversa índole. La mayoría seguramente están en ti mismo. No culpes a nadie de lo que te sucede. No culpes a los demás si no has logrado todavía determinadas metas. Tal vez no sea tiempo todavía, quizás tengas que desarrollar otros objetivos antes, tal vez tengas que vencer tus temores, o emplear más energía y voluntad para conseguirlos. A veces las metas son poco realistas y en ese caso deberás replantearlas para avanzar por etapas: una escalera se sube peldaño a peldaño, un elefante se come bocado a bocado.

Por supuesto, en el desaforado clima de consumismo que se vive en el diciembre occidental, apenas queda tiempo para sumergirnos en nosotros mismos, hacer balance de la cosecha del año y preparar la nueva siembra.

Este es el momento de tener fe y esperanza en que todo irá mejor si tenemos la actitud interior correcta, si amamos y si somos solidarios.

Es el momento de contar las bendiciones. Seguramente, ahí están los agravios y los problemas que hemos acumulado durante el año que finalizó. Y quizá son muy importantes. Pero estoy seguro de que hay también bendiciones en abundancia. Sólo se trata de que prestemos atención.

Por alguna extraña razón, en culturas muy distintas y en continentes separados por miles de kilómetros, los días finales de diciembre, aún en calendarios muy distintos al nuestro, han sido siempre un tiempo de festejos, de reflexión y de devoción.

El solsticio de diciembre, el día más corto del año en el hemisferio norte, representaba el inicio del invierno, con todos los rigores que éste tiene en muchos lugares. Desde hace siglos, quizá milenios, era importante reflexionar en estas fechas. Se trataba de una última fiesta antes de entrar a un periodo en el que muchos miembros de la comunidad podían fallecer por los rigores del invierno. Las familias debían permanecer encerradas en cuevas y aldeas durante meses, rodeadas de nieve y desolación. La caza se dificultaba, la recolección se volvía imposible. La supervivencia se fundamentaba en el alimento almacenado en el otoño, el cual muchas veces era insuficiente.

Detrás del reto que significaba el inicio del invierno había también, siempre, una esperanza. Desde la antigüedad se sabía que el solsticio traía consigo el día más corto y la noche más larga del año. Pero ese mismo hecho significaba también que lo peor había quedado atrás. A partir del 22 de diciembre, los días se harían cada vez más largos y las noches más cortas. Los festejos del solsticio, por lo tanto, traían también la esperanza.

Hay indicios sólidos de que los festejos del solsticio de invierno empezaron en la época de las cavernas. Antes del surgimiento de la escritura, ya los pueblos preindoeuropeos celebraban en estas fechas. 

Cinco siglos antes de Cristo, los persas llevaban a cabo el Yalda o Shab-e Cheleh, que marcaba el nacimiento del dios Mitra. Los antiguos chinos, festejaban el Dongzhi, festival en el que, dentro del concepto de equilibrios entre los principios del yin y el yang, marcaban el inicio del alargamiento de los días. Los paganos germanos y nórdicos, tenían el Yule, en que se honraba al dios del trueno, Thor. Los celtas y druidas celebraban también el 21 de diciembre el principio del invierno. 

Los antiguos romanos daban rienda suelta a sus pasiones y desenfrenos en la Saturnalia, que se extendía entre el 17 y el 23 de diciembre. Los judíos también se reunían --y se reúnen-- en el Hanukkah o Chanukkah (se pronuncia Jánuca) para agradecer el triunfo de la luz, la Torá, sobre las fuerzas oscuras de los paganos. Los aztecas festejaban la derrota de Tezcatlipoca, el dios de la oscuridad, a manos del dios del sol, Huitzilopochtli, quien a partir del solsticio, iría imponiendo la fuerza del día sobre el reino de la noche.

Los primeros cristianos no festejaban la Navidad. Para ellos el nacimiento de Jesús no era importante. Los momentos definitorios de la vida del Mesías eran su muerte y su resurrección, pero no su nacimiento. Durante siglos, no se llegó a un acuerdo sobre la posible fecha de nacimiento de Jesús. Con el tiempo se escogió el 25 de diciembre, cerca de la fiesta del solsticio de invierno, como una forma de aprovechar la popular celebración romana de la Saturnalia para los festejos de la nueva religión que empezaba a prevalecer en el Imperio Romano.

Muchas inquietudes o angustias decembrinas provienen de los vestigios en el inconsciente colectivo de ese miedo que agobiaba a las comunidades de hace miles de años ante la llegada del invierno. Siglos después, cuando la tecnología y la medicina nos protegen de los rigores del frío, aún nos damos cuenta de que es un momento de entender las adversidades pero también de contar nuestras bendiciones.

Año nuevo indígena





Para los pueblos indígenas, tales como aimaras, quechuas, rapanui y mapuches, la llegada del solsticio de invierno coincide con la tradición de agradecer por el año anterior y pedir al padre Sol que retorne con mayor fuerza luego de su retiro invernal.
Se trata del "Año Nuevo Étnico", que se denomina "machac mara" para los aimaras, "inti raymi" para los quechuas, "aringa ora" para los rapanui, y "we tripantú" para los mapuches.

La visión indígena se basa en que desde esa fecha (21 de junio, en el hemisferio sur)) el progresivo desplazamiento del Sol hacia el sur da inicio a un nuevo ciclo de vida, y de la relación armónica del hombre con la naturaleza, además de que comienza un nuevo ciclo astronómico y agrario.

El solsticio de invierno marca el nacimiento de un nuevo ciclo de la naturaleza, en el cual comienzan a brotar las semillas, cambia el pelaje de los animales y el hombre y la tierra renuevan sus energías y se purifican.

Por lo mismo, las comunidades indígenas realizan actividades que revalorizan dicha tradición, y festejan el momento en que el Sol, luego de haber alcanzado su máxima trayectoria de salida por el noreste, retorna con un mensaje lleno de vida.


  • El Año Nuevo Aymara o "Machac Mara", era antaño la festividad más importante de los pueblos andinos, realizada en ofrendas al “Tata Inti” en el Norte de Chile. Marca el término de un ciclo agrícola y el inicio de uno nuevo. En vigilia esperan la salida del Sol y agradecen y pagan a la madre Tierra por los bienes que provee.

  • El solsticio de invierno era ya celebrado por los pueblos andinos anteriores a los Incas. Estos llamaron a este día de fiesta "Inti Raymi", en el cual honraban al dios del sol Wiracocha. El Inti Raymi simboliza la unión eterna entre el sol y sus hijos, los seres humanos. Era el festival más importante del imperio Inca Tawantinsuyu, que basó su religión en el culto del sol. Los quechuas celebran el Inti Raymi.

  • El "Aringa ora" es la fiesta del año nuevo Rapa Nui. En ella se celebra el ciclo anual de la vida. Está relacionada con la fertilidad y la productividad. Actualmente se realiza la "Fiesta de Invierno" cada 21 de junio por iniciativa de Sernatur en Isla de Pascua (foto de arriba).

  • La celebración del "We Tripantu" (año nuevo Mapuche) tiene que ver con un nuevo ciclo en la naturaleza, que está determinado por la luna, la que a su vez determina el recorrido del sol. Los familiares se visitan y pueden compartir comidas, mote, sopaipillas, catutos y el infaltable muday (bebida de trigo o maíz), que acompaña a toda ceremonia y rogativa.

El invierno en China



Hace 2.500 años, en el periodo de Primavera y Otoño (770-476 a.C.), China había determinado el punto del solsticio de invierno observando los movimientos del sol con un reloj solar. Es el primero de los 24 puntos de división temporal. El día cae en el 22 o 23 de diciembre del calendario gregoriano.
El hemisferio norte en este día experimenta el día más corto y la noche más larga. Tras el solsticio de invierno, los días se vuelven más y más largos. Según un pensamiento chino antiguo, el yang, las cosas positivas se vuelven más abundantes pasado este día, por lo que debe celebrarse.

El Solsticio de Invierno se convirtió en una fiesta durante la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.) y prosperó en las dinastías Tang y Song. Los Han consideraban el solsticio de invierno como la fiesta de invierno, por lo que los funcionarios organizaban fiestas. Tanto los funcionarios como la gente normal solían descansar durante este día. Las fronteras se cerraban y el comercio se paralizaba. Los familiares se regalaban manjares exquisitos. En las dinastías Tang y Song, el solsticio de Invierno era un día para ofrecer sacrificios al Cielo y a los antepasados. 

Los emperadores iban a las afueras a adorar el cielo mientras la gente común ofrecía sacrificios a sus padres muertos o a otros familiares. La dinastía Qing (1644-1911) incluso tiene un informe que explica que el solsticio de invierno es tan formal como la Fiesta de la Primavera, lo que muestra la gran importancia que se le da a este día.

En algunas partes del norte de China, la gente come sopa de ravioles durante este día, porque creen que les dará calor para el invierno. Pero en el sur de China, toda la familia come una comida hecha de judías rojas y arroz glutinoso para alejar a los fantasmas y otros seres malvados. 

Los ravioles del solsticio de invierno pueden usarse como ofrendas a los antepasados o como regalos a familiares y amigos. La gente de Taiwán mantiene la tradición de ofrecer pasteles de nueve capas a los antepasados. Los pasteles tienen forma de pollo, pato, tortuga, puerco, vaca, oveja y están hechos con harina de arroz glutinoso y cocinados al vapor en diferentes capas en una cazuela. Estos animales denotan buen augurio en la tradición china.

La gente del mismo apellido o los clanes familiares se reúnen en sus templos ancestrales para adorar a sus antepasados en orden de edad. Tras la ceremonia de ofrenda, se celebra un gran banquete.

El año nuevo celta





En la cultura celta, la festividad del solsticio de invierno recibía el nombre de Yule. El Yule designa el momento en que la rueda del año (en la foto) está en su momento más bajo, preparada para subir de nuevo.

En Escandinavia existía la tradición de celebrar el Yule con bailes y fiestas. También se sacrificaba un cerdo en honor de Frey, dios del amor y la fertilidad, que según la creencia controlaba el tiempo y la lluvia.

Durante la festividad de Yule era tradicional quemar el tronco de Yule, un largo tronco de árbol que iba ardiendo lentamente durante toda la temporada de celebraciones, en honor del nacimiento del nuevo sol. De esa tradición proceden los pasteles en forma de tronco (troncos de chocolate) que hoy en día se comen en Navidades.

Los antiguos celtas creían que el árbol representaba un poder, y que ese poder protegía y ayudaba al árbol. Los bosques sagrados servían como templo a los germanos.

Para los galos, la encina era un árbol sagrado sobre el que los druidas, sacerdotes celtas guardianes de las tradiciones, recogían el muérdago siguiendo un rito sagrado.

En la antigua Roma, en diciembre se celebraba la Saturnalia, en honor al reinado del dios Saturno sobre Roma en la Edad de Oro. En esa edad, la tierra en Roma producía abundantemente y no había guerras ni discordia.

Durante la Saturnalia se celebraban fiestas durante una semana entera, con comilonas y abundante bebida. A lo largo de esa semana se invertía el orden social: los amos servían a los esclavos, los esclavos se convertían en amos y desempeñaban altos cargos del estado.
Era tradicional intercambiarse regalos hechos en plata, aunque casi cualquier cosa podía servir de regalo para la ocasión.

La fiesta también era una celebración del fin de las tinieblas y el comienzo de un nuevo año. Aquí puedes ver un fragmento de las palabras que la sacerdotisa pronunciaba para el rito de la Saturnalia:

"Esta es la noche del solsticio, la noche más larga del año. Ahora las tinieblas triunfan y aún así todavía queda un poco de luz. La respiración de la naturaleza está suspendida, todo espera, todo duerme. El Rey Oscuro vive en cada pequeña luz. Nosotros esperamos al alba cuando la Gran Madre dará nuevamente a luz al sol, con la promesa de una nueva primavera. Así es el movimiento eterno, donde el tiempo nunca se detiene, en un círculo que lo envuelve todo. Giramos la rueda para sujetar la luz. Llamamos al sol del vientre de la noche. Así sea."

Finalmente, a lo largo de la Edad Media, esa fiesta se fue alargando en el tiempo hasta convertirse en lo que hoy en día conocemos como Carnavales.