30.10.06

Una sociedad depresora




En un informe sobre la depresión en el mundo, la Organización Mundial de la Salud dice lo siguiente:

"Se espera que los trastornos depresivos, en la actualidad responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías, en 2020".


Y aquí van los datos de la OMS: 121 millones de personas padecen depresión; 37 millones, la enfermedad de Alzheimer; 50 millones, epilepsia, y 24 millones esquizofrenia.
El problema se hace cada vez más grave, mientras los intereses sectoriales, científicos o empresariales, apelan cada uno al reduccionismo (biologicismo, psicologismo, sociologismo, etc.) y no se aborda el problema globalmente.

Únicamente con una visión totalizadora (holística) es posible entender el desequilibrio neuroquímico (indiscutible en las depresiones) y al mismo tiempo la acción conjunta de la herencia, la historia, la vida actual, los conflictos, el contexto social y los estados del cuerpo. Reconocer los aspectos químicos de las depresiones no implica desconocer los psíquicos ni los socioeconómicos. Postular que las depresiones son solamente biológicas es científicamente falso y humanamente peligroso.

En España y en el mundo las depresiones tienen que ver mucho con el desempleo, el divorcio, la pobreza, las dificultades económicas y la crisis en los valores e ideales, etc. Los deprimidos presentan una visión pesimista de sí mismos y del mundo, así como un sentimiento de impotencia y de fracaso. Hay pérdida de la capacidad de experimentar placer (intelectual, estético, alimentario o sexual). La existencia pierde sabor y sentido. Muchos hombres y mujeres deprimidos pasan inadvertidos porque en vez de silencioso abatimiento, muestran el ruido de la violencia, el consumo de drogas o la adicción al trabajo. Síntomas que, con un eufemismo, se califican como "irritabilidad".

Es que la depresión no existe. Existen las depresiones. Con un amplio rango de humores y de expresiones afectivas: agobiados en busca de estímulo, ansiosos en busca de calma, insomnes en busca de sueño. El agobio se expresa en la temporalidad ("no tengo futuro"), en la motivación ("no tengo fuerzas") y en la propia estimación ("no valgo nada").

Se sienten abrumados por cierta desesperanza que les impide contar con la energía necesaria para formular nuevos proyectos y dejar de merodear, nostálgicamente, por las ruinas del pasado. Sin anticipación del futuro, no hay proyecto. La ilusión se doblega ante la nostalgia.El alcoholismo y las adicciones suelen ser la otra cara del vacío depresivo. A la falta de sensaciones del deprimido le responde la búsqueda de sensaciones del drogadicto. La depresión y el abuso de sustancias forman un círculo vicioso, pues son un intento de liberarse de la depresión y el daño que experimentan por ello la acentúa.

Para entender las depresiones y contrarrestarlas son capitales la autoconfianza, la motivación y la conciencia del aquí y el ahora. Son como un delta en el que desembocan la historia personal, las realizaciones, la trama de relaciones significativas, y también los proyectos individuales y colectivos que desde el futuro nutren al presente, y desde el presente crean el futuro
Prevenirse contra la depresión es una de las mejores inversiones que se puede hacer hoy en la sociedad contemporánea. La vacunación debe renovarse periódicamente desde la infancia. Dirección y sentido de la vida, autoconfianza, motivación y conciencia del aquí y el ahora, son mejor receta que los psicofármacos.

20.10.06

Refutación del ego



Nos escribe un amigo, fiel seguidor de este blog, manifestando interés por nuestra opinión sobre el ego. Nos pregunta por la muy extendida tesis de que es bueno mantener aunque sea "un poquito" de ego, ya que si este se reprime durante mucho tiempo....podemos llegar a explotar.

Tal filosofía vulgar ha sido alimentada por una sociedad egótica, narcisista y consumista que pregona y practica desde la escuela la idea de que ser admirados, queridos o aceptados es necesario para mantener eso que llamamos autoestima.

Desde pequeños nos dicen cómo deben comportarse, vestirse, hablar, etc, los triunfadores. Nos hacen presas del halago, al punto de que cuando no somos halagados nuestro infantil ego se desploma y sobreviene la depresión, la amargura o el sufrimiento.

Necesitamos que se nos reconozca algo...cualquier cosa. "Es que no me reconoces lo que yo hago", te dicen o le dicen a sus superiores en el trabajo, o a los amigos o a la pareja.

Por la misma razón, las críticas le repatean el hígado a nuestro ego. Si la falta de halagos nos derrumba, nos descoloca, las críticas nos convierten en basilíscos. El ego se apodera de la emociones, se pone en guardia y ataca al perverso y vil que se atrevió a sugerir que pudimos habernos equivocado.

Vivimos en una permanente compulsión por la presentación y la defensa del ego. La palabra autoestima aparece en boca de todos para justificar las actitudes más egoístas, los comportamientos más irresponsables, las agresiones más brutales. Hemos presenciado situaciones en las que seres humanos cegados por el ego han inflingido graves heridas emocionales a otros en nombre de eso que llaman su autoestima.

A nosotros no nos interesa la autoestima. Preferimos ser libres y concientes de nuestro ser, encontrar nuestra esencia. Hace tiempo que ya no queremos tener razón. Sólo queremos vivir bajo el dictado de las leyes del universo y en armonía con nuestro ser.

Somos independientes de los halagos y de las críticas. Sabemos que tenemos el mismo derecho que los demás a ser felices y abordamos con valentía y alegría los desafíos que nos presenta la vida.

Volveremos sobre esto más adelante. Ofrecemos dos perspectivas adicionales sobre el tema. Una de Carlos Castaneda y la otra del maestro Zen, Pai-Chang.

En El arte de ensoñar, Carlos Castaneda hace esta reflexión:

Don Juan insistía en que el camino del guerrero es el mejor recurso que existe para engrasar las ruedas de la reorgani­zación de la energía, y que de todas las premisas del camino del guerrero, la más efectiva es "perder la importancia personal". Estaba totalmente convencido de que perder la importancia personal es indispensable para todo lo que hacen los brujos; y por esta razón, puso una enorme presión en guiar a sus estu­diantes a cumplir con este requisito. Su opinión era que la importancia personal no es sólo el enemigo acérrimo de los brujos sino también de la humanidad entera.

Don Juan argüía que empleamos la mayor parte de nuestra fuerza en mantener nuestra importancia, y que nuestro des­gaste más pernicioso es la compulsiva presentación y defensa del yo; la preocupación acerca de ser o no admirados, queridos, o aceptados. Él sostenía que si fuera posible perder algo de esa importancia, dos cosas extraordinarias nos ocurrirían. Una, li­beraríamos nuestra energía de tener que fomentar y sustentar la ilusoria idea de nuestra grandeza; y dos, nos proveeríamos de suficiente energía para entrar en la segunda atención y vislumbrar la verídica grandeza del universo.

El maestro Pai-Chang dice esto en Un método para el despertar:


En primer lugar deja a un lado todos los asuntos y preocupaciones; no recuerdes o rememores nada, sea bueno o malo, mundano o trascendental. No te dejes llevar por los pensamientos. No te apegues al cuerpo o a la mente, déjalos en libertad.
Cuando la mente es como un trozo de madera o una piedra, cuando no intentas explicar nada y la mente no se dirige a ningún lugar, es como si la base de la mente se convirtiera en el espacio, en el cual el sol de la sabiduría aparece de modo natural. Es como si las nubes dejaran un claro y apareciera el Sol.
Pon fin a los vínculos que te encadenan, a los sen­timientos de codicia, odio, apego, confusión o pureza, acaba con ellos. Mantente imperturbable ante los de­seos internos y a las influencias externas, sin permitir que la percepción y la cognición sean un obstáculo, sin dejarte confundir por nada, dotado de modo na­tural con todas las virtudes y el inconcebible uso de las capacidades espirituales, esto es ser alguien libre.
Cuando tu mente está más allá de la agitación o la serenidad en presencia de cuanto la rodea, sin con­centrarse ni distraerse, percibiendo cualquier sonido o forma sin apego u obstrucción, a esto se llama ser un caminante.
No caer en la dualidad de lo bueno o lo malo, lo correcto o lo incorrecto, no aferrarse a nada ni recha­zar nada, se llama ser miembro de la gran caravana.
No estar esclavizado por lo bueno o lo malo, la va­cuidad o la existencia, la confusión o la pureza, el esfuerzo o el desinterés, la mundanidad o la trascen­dencia, la virtud o el conocimiento, se llama sabidu­ría iluminada.
Una vez la afirmación y la negación, el deseo y la aversión, la aprobación y la desaprobación y toda la diversidad de opiniones y sentimientos cesan de surgir y no consiguen atarte, serás libre, dondequiera que estés.