10.2.06

La sociedad es tal como somos





"Vuestros internos conflictos tienen expresión en desastres externos. Vuestro problema es el problema del mundo y únicamente vos podéis solucionarlo, no otro; no podéis dejarlo a los otros. El político, el economista, el reformador, es, como vos, un oportunista, un astuto urdidor de planes: pero nuestro problema, este humano conflicto y miseria, esta existencia vacía que produce desastres tan angustiosos, requiere algo más que maquinaciones astutas, más que las superficiales reformas del político y el propagandista. Requiere un cambio radical de la mente humana y ninguno puede hacer que esta transformación se efectúe, salvo vos mismo. Porque lo que vos sois, eso es vuestro grupo, vuestra sociedad, vuestro líder. Sin vos el mundo no es; en vos está el principio y el fin de todas las cosas. Ningún grupo, ningún líder puede establecer el valor eterno, excepto vos mismo."

"Lo que sois psicológicamente, eso es vuestra sociedad, vuestro estado, vuestra religión; si sois concupiscentes, envidiosos, ignorantes, entonces vuestro ambiente será eso que vos sois. Nosotros creamos el mundo en que vivimos. Para que tenga lugar un cambio radical y pacífico, debe haber voluntaria e inteligente transformación interna; este cambio psicológico seguramente no ha de producirse a través de la coacción y si lo fuera, habría entonces tal conflicto interno y confusión, que de nuevo precipitaría a la sociedad al desastre. La regeneración interna debe ser voluntaria, inteligente, no obligada. Debemos buscar primero la Realidad y entonces solamente podrá haber paz y orden en torno nuestro."

Jiddu Krishnamurti

Jiddu Krishnamurti decía esto hace sesenta años. Lo decía en un ciclo de conferencias que pronunció en Europa, Estados Unidos y la India, en los meses posteriores al fin de la II Guerra Mundial. Lo mismo que otros grandes maestros del pasado, señalaba Krishnamurti cómo ha de libertarse el hombre de todo aquello que limita su vida y la condiciona.

La vigencia de sus palabras es atronadora. Los signos de desintegración de toda nuestra época son ahora tan evidentes como lo fueron en el tiempo en que Krishnamurti pronunciaba estas palabras: por donde quiera en el mundo se producen guerras, violencias, luchas sociales, injusticias...

El poderío y los falsos valores se han entronizado por doquier. En medio de este caos, el hombre de buena voluntad intenta detener el arrollador avance de la bancarrota social y pone sus esperanzas en la fuerza de las instituciones tradicionales o nuevas, pero claramente se advierte que el intento de estas instituciones, ya sean religiosas o políticas, fracasa porque los individuos que forman esas mismas instituciones, llevan consigo a ellas sus limitaciones, los falsos valores y su confusión.

La clave de la transformación del mundo parece radicar, entonces, en la transformación del individuo: sus actitudes, sus íntimas intenciones, su conducta, su relación con el todo y lo particular.
En medio de esta vorágine de mala voluntad que es la vida moderna, es evidente el fracaso de las instituciones políticas y religiosas. La defensa, pues, de este institucionalismo, con sus viejas y estrechas formulas, no va a producir una auténtica reorientación individual, ni menos un mundo unido y de fraternal convivencia. Importa estimular un avivamiento individual, un interés vital por los valores eternos. Allí donde este interés vital esté ausente; allí donde los valores reales del espíritu fallan, es forzoso que se desintegre la civilización.

Después de la última gran matanza mundial (la II Guerra Mundial) se nos prometió un mundo de paz, se anunció que se reduciría la distancia entre ricos y pobres y que las instituciones internacionales que se creaban (la ONU, el FMI, el BM, etc) contribuirían a la justicia económica y social.

Para el que lo quiera ver, es obvio que nada de esto se ha cumplido. El orden mundial que padecemos no se puede sostener y cada vez hay menos gente dispuesta a soportarlo en los países del tercer mundo.

La humanidad ha crecido en sólo 100 años de 1500 a más de 6000 millones de habitantes. La pobreza crece, viejas y nuevas enfermedades amenazan con aniquilar naciones enteras; la tierra se erosiona y pierde fertilidad; el clima cambia, el aire el agua potable y los mares están cada vez más contaminados.

Al mismo tiempo, se gasta un millón de millones de dólares anualmente en armas cada vez más sofisticadas y letales y una cifra similar se emplea en publicidad comercial, sembrando ansias consumistas, imposibles de satisfacer, en miles de millones de personas.

Nuestra especie por primera vez corre real peligro de extinguirse por las locuras de los propios seres humanos, víctimas de semejante "civilización".

La clave para evitar la catástrofe estriba en una profunda transformación de los individuos: sus actitudes, sus intenciones, su conducta, sus valores y creencias, su relación con el todo y lo particular.